EDITORIAL
Guerra total al robo de inocencias
Existe una peste global que ha crecido exponencialmente y que infecta a las sociedades de una manera perniciosa pero a menudo invisible. Ocasiona daños irreparables y millares de víctimas cuya condición de menores hace a este delito aún más vil. A menudo, sus tropelías ocurren en el seno de hogares con total desconocimiento de los padres de niños y niñas que terminan convertidos en material morboso para individuos sin escrúpulos que no pueden excusarse bajo ningún pretexto patológico: nos referimos a la pornografía infantil, un azote enfermizo que tuvo un repunte en todo el mundo durante el confinamiento, y Guatemala, infaustamente, no es la excepción.
El Ministerio Público registra un incremento sustancial de denuncias por este delito, consistente en compartir de forma gratuita o pagada fotos o videos de menores en situaciones totalmente ajenas a su natural ingenuidad o inocencia. No hace falta explicar o dar más detalles de esta nefanda práctica, pero se esboza brevemente para resaltar el peligro que representa para millares de niñas y niños, incluso de tierna edad. Es inconcebible que un padre o tutor pueda ser capaz de tan deleznable crimen, pero se han dado casos y de allí la importancia de una alerta generalizada.
El internet es una herramienta valiosa de la vida social, económica y educativa; ha facilitado la continuidad de muchas labores a pesar de las restricciones por la pandemia, y para toda una generación es prácticamente inexplicable la actividad moderna sin la conectividad global. Desgraciadamente, esta posibilidad creativa contrasta con el uso indebido de la tecnología para infligir daño a menores y no se puede ni debe esconder o negar la amenaza.
El ilimitado acceso a la producción de fotografías y videos, la mensajería por redes sociales y la creación de comunicaciones grupales sin fronteras representan un inmenso potencial de interacción humana con fines afectivos, productivos y de acercamiento entre culturas; pero esa misma posibilidad ha incrementado el actuar de individuos que se aprovechan de las herramientas en línea para generar y distribuir materiales ilícitos que involucran a menores.
Hace apenas dos días fue capturado un individuo más acusado por este delito, como parte de una operación policial global denominada Cerbero. En esta investigación específica se presume la participación de un supuesto líder religioso, denunciado por una adolescente. Ninguna investidura espiritual o civil puede amparar ningún delito.
Es de vital importancia denunciar los casos sospechosos. Padres y familiares en general deben estar siempre muy atentos a cualquier queja de los niños e incluso a comportamientos repentinos como introspección, tristeza prolongada o arranques inexplicables de ira. Se debe llevar un monitoreo constante de las conversaciones, presenciales y virtuales, de los pequeños, pues hay casos de ofensores sexuales que los convencen de enviar fotografías que luego son convertidas en chantaje emocional.
Si un niño o niña expresa ser víctima de acoso, toqueteo o sugestiones maliciosas puede ser la primera y la única señal de alerta, por lo cual no se les debe reprimir, avergonzar o tachar de mentirosos, probablemente porque acusan a alguien emocionalmente cercano o de quien no se esperaría una conducta así, pero es a menudo una cercanía así la que aprovechan estos criminales para traficar e incluso lucrar con la inocencia robada.