EDITORIAL
Hay vidas más allá de los millardos de dólares
Un gesto normal y cotidiano de ayuda se fue convirtiendo en un pilar de la estabilidad económica del país a lo largo de los últimos tres lustros: guatemaltecos que emigraron a Estados Unidos en busca de mejores oportunidades envían periódicamente remesas en dólares a sus familias en el país. El impresionante crecimiento de este recurso pasó de Q4 mil 126 millones en 2010 a asombrosos Q10 mil 526 millones el año pasado, un aumento que se acentuó en el gobierno de Donald Trump, cuyas medidas antinmigrantes acrecentaron el afán por enviar fondos, ya que muchos de los remitentes no tienen estatus legal.
Mucho se ha advertido sobre la posibilidad de un decrecimiento, a mediano o largo plazo, de esta fuente de divisas para el país, no solo por las restricciones migratorias, sino por el paulatino distanciamiento, la reunificación de familias migrantes, la nacionalización legal o incluso amenazas de gravámenes, factores que gradualmente golpearán las transferencias.
La proyección a inicios de 2020 era equiparar e incluso superar la cifra de remesas del año anterior; sin embargo, los efectos demoledores del coronavirus sobre la actividad económica en Estados Unidos han dejado a muchos connacionales en una situación difícil, debido a que se han cerrado hoteles, restaurantes, construcciones y otros sectores de servicios en donde usualmente obtenían hasta dos y tres empleos a fin de poder ganarse el sustento y tener un excedente para envío. En marzo, el flujo decayó en 9 por ciento y en abril se acentuó la caída, con un 20 por ciento de reducción interanual, efecto que no debe verse solo a nivel macroeconómico, que es importante, sino en la dimensión humana.
Existen familias guatemaltecas, niños, jóvenes, padres ancianos que este mes tuvieron menos recursos por esta vía, a lo cual se suma la crisis local por la suspensión de actividades. La llamada derrama económica de las remesas, que va desde el consumo en tiendas de barrio, hasta la inversión en bienes electrodomésticos, construcción y ahorro, se ve golpeada por la onda expansiva coronavirulenta.
Pero más allá de las cifras millonarias, de las comisiones cobradas por los envíos o de picos especulativos como la extraña alza que se dio a finales de marzo y que sin duda dejó ganancias ingentes a quienes vendieron divisas en ese momento, se debe regresar a lo fundamental: a la valoración del esfuerzo tesonero de tantos guatemaltecos. No se trata de números ni de estadísticas, sino de vidas concretas, largas jornadas, sacrificios y privaciones por amor a sus seres queridos.
Desafortunadamente, muy poco ha hecho el Estado de Guatemala para ampararlos de mejor manera. Hasta han existido candidatos que fueron a hacer campaña a EE. UU. y habrían recaudado fondos cuyo destino no se reportó y las mejoras nunca se concretaron. Se ha elegido a diputados que enarbolan la defensa migrante como discurso promocional, pero una vez en el cargo diluyen sus intereses y confunden sus fidelidades. Otro ejemplo penoso es el Consejo Nacional del Migrante, cuyo titular recién fue destituido por sus escasas ejecutorias, y no es el primero con pobres resultados. Este es el momento de la estrategia gubernamental de ayuda a los guatemaltecos en Estados Unidos, tanto en la provisión eficiente de documentos de identificación como en el apoyo legal y el cabildeo de alto nivel ante las autoridades de ese país, no solo en la gestión de un anhelado estatus de protección temporal sino en un trato humano a los detenidos en áreas fronterizas.