EDITORIAL

Infraestructura denota deficiencias del Estado

Con lamentable frecuencia, grupos de vecinos de comunidades desatendidas se organizan y toman la iniciativa de hacer lo que sus autoridades evaden: reparar caminos rurales largamente desatendidos pero periódicamente prometidos por candidatos a cualquier puesto. Equipados con piochas y azadones, los pobladores efectúan, en la medida de sus posibilidades, labores que deberían contar con maquinaria adecuada, ingeniería topográfica y, sobre todo, una visión macroeconómica a cargo del Estado, pero es precisamente ahí donde la ausencia de este se hace patente.

Esto no solo ocurre en rutas vecinales sino también en carreteras principales, construidas a medias o con metodologías dudosas a fin se sacar ilícita ganancia, subrepticia tajada, indigno beneficio. Las consecuencias de tales conspiraciones se notan al poco tiempo, como ocurrió recientemente con una ruta en Ixcán, Quiché, que conecta con la frontera de Ingenieros, de la cual un tramo del kilómetro 522 se hundió sin haber sido inaugurada, o con el Libramiento de Chimaltenango, caso en el cual el Ministerio Público aún no da resultados.

Es notoria la acumulación de obras mal hechas, así como la calidad y celeridad que suelen tener ciertos proyectos cuando conducen hacia alguna propiedad de funcionarios o allegados, caso en el cual ni siquiera importa que sea reducida la cantidad de población beneficiada o que existan otros proyectos más urgentes o estratégicos. Con el año preelectoral se viene una avalancha de “inauguraciones de trabajos”, “primeras piedras” e incluso supuestas “supervisiones” que no constatan nada y solo tienen objetivo propagandístico. El truco es manido pero no por ello menos dañino.

Con frecuencia, figuras estatales actuales o pasadas se quejan de una injusta valoración de sus gestiones, exigen adulaciones en vez de críticas o adoptan poses de víctima para rehuir la cuentadancia. Sin embargo, la situación de la infraestructura nacional está en un punto crítico, sobre todo por el avance de países vecinos o de otros que alguna vez estuvieron en el sótano. En todo caso, la mejor evidencia de pésima o inexistente gestión de la infraestructura nacional se encuentra a la vista en el índice de Competitividad Global del Foro Económico Mundial, según el cual Guatemala está en el puesto 132 de carreteras, de 141 evaluados.

Pero las rutas terrestres solo son la punta del témpano de rezagos competitivos, que no solo golpean a la productividad sino que también cuestan vidas, limitan el desarrollo y amenazan futuros colectivos: Guatemala no solo está a la zaga en vías terrestres, sino también en capacidad portuaria y aeroportuaria, en las cuales no hay inversiones serias, pero sí numerosos negocios oscuros. En plenos tiempos digitales, cuando se abren tantas oportunidades para comunidades distantes, la conectividad tecnológica figura en el puesto 134 de 141.

Poco puede hacer el ciudadano, el emprendedor y la población productiva en tanto y en cuanto los estamentos municipales, legislativos y ejecutivos sigan detentados por criterios cortoplacistas y copados por agendas opacas. Un ejemplo de lo anterior es una pretendida y millonaria reparación de la autopista a Puerto Quetzal, pese a que la reconstrucción de dicho tramo fue adjudicada hace cinco años, pero cuya ejecución no empieza por interferencias burocráticas. En efecto, hay que combatir las gavillas enquistadas en el Estado para proyectar y rescatar la infraestructura nacional hacia un futuro próximo, antes de que sea demasiado tarde.

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