EDITORIAL
Juventud enfrenta un horizonte adverso
En este mismo momento hay jóvenes guatemaltecos menores de 18 años que no han podido continuar los estudios básicos e incluso la primaria debido a la precariedad de sus familias, a la necesidad de trabajar para aportar recursos o por la falta de un plantel en su comunidad. Difícilmente pueden seguir clases entre semana y no pueden costearse una colegiatura a causa de la escasez de trabajos para mano de obra poco calificada. Es una realidad lacerante que se observa sobre todo en provincia, pero también en barriadas metropolitanas.
Para miles de muchachos y muchachas no hubo, ni hay ni habrá bono de emergencia, porque la crisis de la juventud guatemalteca abarca décadas en una inercia que devora futuros. Son muchos los adolescentes —con potencial intelectual, científico, artístico, deportivo— cuyo porvenir se ve lastrado por la marginación, la falta de oportunidades y la falta de visión de sucesivas administraciones gubernamentales, cada una de las cuales ha colocado, por supuesto, allegados de campaña en entidades como el Consejo Nacional de la Juventud, pero cuyo paso clientelar no ha servido absolutamente para ni medio echar a andar un solo proyecto perdurable.
En este mismo momento muy probablemente hay un joven que apenas frisa la mayoría de edad, pero que ante la falta de perspectivas opta por cruzar en algún punto ciego la frontera para internarse en México, en busca de la otra frontera amurallada. Quizá logre atravesarla, quizá quede inerte en el desierto, quizá sea capturado y en algunas semanas deportado para regresar a la pesadilla del principio. Para él no hubo, ni hay y difícilmente habrá un espacio de inserción productiva.
En el Día Internacional de la Juventud debería ser imperativa la reflexión general sobre la reconversión del papel del Estado para potenciar inversiones, propiciar emprendimientos, facilitar capacitación productiva y establecer programas de oposición para ofrecer estudios, bonos por buenas calificaciones y creación de proyectos de servicio social diseñados y protagonizados por jóvenes responsables.
Porque ese muchacho que no tiene un propósito más profundo o esa joven que anhela una oportunidad que nunca llega se convierten, más temprano que tarde, en carne de cañón para el crimen organizado, en mercancía para redes de trata, en nombres indistinguibles que pasan a engrosar las listas de cárceles, correccionales y morgues.
Hay que ser ecuánimes: también hay muchos estudiantes talentosos que con el esfuerzo de sus padres, familiares o benefactores se encaminan a una ruta de éxito. Hay fundaciones, iglesias, entidades internacionales y empresas socialmente responsables que procuran hacer viable un futuro mejor para nuevas generaciones en determinadas localidades. Hay universidades que mantienen sus programas de becas totales. Hay docentes de básicos y diversificado que, en medio de las restricciones de la pandemia, salen a buscar, casa por casa, aldea por aldea, a sus alumnos para ayudarles en las tareas de aprendizaje. Hay jóvenes que se empeñan en ayudar a otros jóvenes a salir de la conflictividad y la apatía. Son tales actitudes y acciones las que brindan un hálito de esperanza para esas inteligencias que apenas empiezan a germinar y que merecen ser cultivadas como el bono demográfico irrepetible que son, el cual puede marcar en dos décadas la diferencia en la competitividad internacional del país.