EDITORIAL
La ciencia merece más
Guatemala es un territorio fértil para la creatividad, no solo artística, literaria o empresarial, también hay grandes exponentes de la ciencia cuyo aporte ha marcado verdaderos hitos, con beneficios tangibles y trascendentales.
Es ampliamente reconocido el desarrollo matemático, astronómico y agrícola de la civilización maya. Hasta la fecha ninguna otra medición del tiempo posee tan reducido margen de error. Los mayas registraron con grandes detalles conocimientos sobre los movimientos solares, lunares, planetarios, estelares y también terrestres.
En la época colonial, el ilustre médico José Felipe Flores pudo desarrollar modelos elaborados con cera para la enseñanza de la anatomía. En 1915, el médico Rodolfo Robles Valverde consiguió identificar el parásito causante de una forma de ceguera, la oncocercosis. Para ello conjugó la observación atenta, el método científico y sus conocimientos clínicos, una combinación que suele encontrarse en otros grandes descubrimientos.
El doctor Aldo Castañeda es uno de los pioneros de la cirugía cardiovascular infantil y sus conocimientos han salvado la vida de miles de niños, dentro y fuera de Guatemala; las investigaciones y fórmulas nutricionales del doctor Ricardo Bressani beneficiaron a varias generaciones de guatemaltecos; la experiencia y voluntad del ingeniero aeroespacial Luis Zea fue clave para el desarrollo del primer satélite guatemalteco cuyo lanzamiento al espacio está previsto para este año.
Y así se podría prolongar la lista de ilustres hombres y mujeres que han hecho innovaciones en el campo médico, informático, físico, tecnológico, químico, biológico y también ecológico, tan solo por mencionar algunas disciplinas científicas cuya importancia se ve multiplicada en los días difíciles que vive la humanidad debido a la pandemia del coronavirus. La urgencia por encontrar una vacuna pero también para desarrollar mejores mecanismos de protección contra este u otros males ha puesto de manifiesto la necesidad de revalorar la importancia de cultivar más vocaciones en estos campos.
Desafortunadamente, en Guatemala menos de un 15% de los estudiantes universitarios cursan carreras científicas o matemáticas. Entre las causas figuran deficiencias en la formación escolar, prejuicios o poca expectativa laboral, a lo cual se suma la precaria condición económica de varias familias. Hay muchos niños y jóvenes con alto coeficiente intelectual y un gran potencial que se ven obligados a trabajar desde corta edad o que mueren por enfermedades o desnutrición sin haber tenido una oportunidad de superación.
El aporte de un científico brillante puede ser mucho mayor al de legislaturas completas, pero el costo social y económico de estas es exorbitante sin que existan beneficios. Por décadas, el presupuesto destinado directamente a tecnología e investigación ha sido una migaja de los miles de millones que se gastan en rubros anodinos y clientelares que no dan mayor resultado. Baste un ejemplo: si en lugar de otorgar millones anuales a un inservible Parlacén se destinaran esos fondos a estudiantes talentosos, en menos de una década habría más resultados que en los 30 años que lleva tal constructo disfuncional.