EDITORIAL
La fe se nota o no es fe
La fe no es puritanismo. La fe no es ritualismo. La fe no es un escondite de la realidad. La fe no es creerse bueno y ver por encima del hombro a los demás. La fe es acción, la fe es servicio, es testimonio vital y es por ello que en tiempos complicados, como la actual emergencia de salud por la pandemia de covid-19, la fe debe convertirse en fuente de hermandad, en punto de encuentro y en origen de una mejor humanidad.
Para nuestro tema de portada de hoy se buscaron las voces de representantes de diversos credos que se practican en el país: cristianos católicos y evangélicos, judíos, guías espirituales mayas y musulmanes para tener consejos, claves, rutas para abordar con entereza las dificultades que ha acarreado la enfermedad. Cada uno tiene raíces culturales, normas y sus tradiciones ancestrales que confluyen en el momento presente y decir confluencia no es casual, porque los conceptos vertidos por cada uno de ellos coinciden en la necesidad de salir afuera del propio egoísmo para descubrir las necesidades del prójimo.
Los mensajes de alabanza y adoración a un ser superior pueden diferir en su formulación, evolución y prácticas devocionales, pero conducen siempre de vuelta a la obligación de convertir la plegaria en obras, la petición en ofrenda. Así también hay que aclarar que existen personas que no acuden a ninguna iglesia, pero que enmarcan su actuar en el humanismo como ética de vida.
Esto en manera alguna quiere decir que da lo mismo pertenecer a una congregación o a otra, pero ya es una decisión enraizada en la madurez personal, en la comunidad familiar que, tal como lo señalaba San Juan Pablo II, es la iglesia doméstica donde germinan y florecen los primeros valores.
Es en la familia en donde los hijos aprenden a respetar a los mayores y también a tener un pensamiento crítico integral; es decir, los padres son los primeros grandes maestros de la fe, no tanto por dar sermones o llevar a los pequeños a una iglesia, sino porque es su ejemplo, su coherencia moral y sus actos los que dejan lecciones grabadas en la memoria y el corazón.
Es llamativo cuando ciertos padres y madres se ufanan de haber inscrito a su hijo o hija en un establecimiento de prestigio porque allí obtendrán “una buena educación”. Quizá podrán lograr, con esfuerzo, una eficiente formación académica y técnica, pero la educación como tal viene desde el día a día de la casa. Es en el seno del hogar en donde los niños y jóvenes aprenden a respetar las reglas, a ceñirse a las leyes que rigen al país, a respetar el derecho ajeno, a valorar la vida y la salud de los demás.
Y si se duda de ello habría que preguntar en dónde estaban los padres de las decenas de adolescentes, hoy lamentablemente célebres por haber participado en una fiesta ilegal, celebrada en pleno toque de queda con la expectativa de impunidad. Es posible preguntar si acaso algunos de esos padres e hijos asisten a alguna iglesia de cualquier denominación. Si es así, cabe cuestionar: ¿a qué van? Porque la fe no es apariencia, la fe no es simulación, la verdadera fe es un conjunto de responsabilidades, actitudes y valores asumidos, vividos, refrendados y transmitidos. Si no, no lo es.