EDITORIAL
La niñez merece visión de Estado y acciones
Hoy, 1 de octubre, Día Internacional del Niño, hay pequeños víctimas de desnutrición en el Corredor Seco que volverán a dormirse con apenas una tortilla con sal en el estómago. Es un hecho atestiguado por personas, entidades e iglesias que recaudan y distribuyen, en silencio, sin peroratas populistas ni propaganda, paquetes de víveres a familias que se han quedado sin ingresos debido a la falta de empleos y a la reducción o pérdida de cosechas que se registra en muchas localidades que hoy no son visitadas por ningún político o aspirante a diputado. Para que eso pase faltan tres años, entonces volverán en sus caravanas, pero para ese entonces también faltarán niños, fallecidos a causa de enfermedades derivadas de su frágil condición.
La pandemia amenaza vidas, no solo por su propia naturaleza, sino también porque se usa de pretexto para la discontinuidad de programas de asistencia alimentaria, que ya sufrían traspiés logísticos, falta de fondos y dificultades de coordinación. Los datos oficiales más recientes disponibles, correspondientes a agosto, son preocupantes: 20 mil 924 casos de desnutrición infantil aguda y 13 decesos: una incidencia que se duplicó, al menos en las cifras, pues en 2019 eran 11 mil los casos, mas no porque se actuara con eficiencia, sino a causa de alambicados y dudosos sistemas de conteo que maquillaban la situación.
Si se evalúa la desnutrición crónica, el panorama es dantesco, pues un 49% de los niños en Guatemala padece deficiencias nutricionales que impactan en su crecimiento, desarrollo intelectual y potencial de aprendizaje. Hace dos años se anunciaba la ya retrasada implementación del programa Crecer Sano, financiado con un crédito del Banco Mundial para impulsar programas de saneamiento, atención médica y nutricional en siete departamentos, como un plan piloto que a estas alturas ya debería estar expandiéndose, pero no es así. Recursos de este crédito fueron usados para gasto en otros rubros y nadie dice una palabra de su continuidad.
Pareciera que la niñez importa para los mítines de cada cuatro años y hasta para los discursos de toma de posesión, pero el resto del tiempo queda relegada a las necesidades mediáticas de los gobiernos, cuando necesitan promocionar entregas de útiles escolares y escritorios, cuando urge contar con fotografías de tinte humanitario, pero en los hechos, la cobertura escolar se estanca y la calidad educativa queda a la deriva, la atención primaria de Salud queda a merced de las pocas existencias de insumos y la visión programática para potenciar su desarrollo queda enterrada debajo de disputas estériles de poder y agendas de intereses ajenos a su bienestar.
El tiempo del Bono Demográfico de Guatemala ya está contando; es una oportunidad irrepetible y que no se recuperará debido a los cambios en el crecimiento poblacional. Este es el momento de hacer una apuesta decisiva por rescatar a la niñez del hambre, de la violencia, del analfabetismo funcional, del subempleo, de las pandillas y del abandono. No hay tiempo a esperar que termine de pasar la pandemia; los planes de Gobierno que supuestamente existían antes de esta contingencia sanitaria deben echarse a andar. La promesa presidencial de luchar contra la desnutrición está grabada y pendiente. Cierto, no es solo un problema del Ejecutivo, sino un desafío de Estado. Por eso mismo ya debería existir el compromiso mínimo de todos los partidos representados en el Congreso para establecer un acuerdo de largo plazo dedicado a la infancia: los ciudadanos y la fuerza productiva de mañana.