EDITORIAL
La raíz de la sociedad
Paulatinamente se ha registrado en Guatemala un promedio de edad cada vez mayor en los jóvenes que contraen matrimonio, la reducción del número de enlaces por año, ya sea por la vía religiosa o civil, así como el aumento en la tasa de divorcios. Expertos atribuyen el fenómeno a una conciencia cada vez mayor del “autocuidado”, así como a las crecientes adversidades económicas que afrontan los hogares nacientes, sobre todo aquellos en los cuales la escolaridad de los cónyuges no incluye un título universitario.
Resulta llamativo también el silencio de muchos grupos que se hacen llamar profamilia, los cuales enarbolan discursos dogmáticos en etapas políticas álgidas, pero el resto del tiempo brillan por su ausencia en lo tocante a la formación para un plan de vida matrimonial, crear conciencia sobre las implicaciones del amor verdadero, la actitud de servicio mutuo y el valor de la equidad entre hombre y mujer, a fin de poder tejer un esfuerzo conjunto de vida, realización mutua y procreación de vidas alimentadas física y espiritualmente.
La axiología de familia no debe ser una agenda sectaria, oportunista o pasajera, mucho menos un panfleto politiquero. Son valores profundos que a veces son utilizados discursivamente pero solo se realizan bajo convicción. La vocación de vida matrimonial se entreteje en el encuentro personal de un varón y una mujer con cualidades y también defectos, pero orientados a la complementariedad, la caridad y la donación de sí. Es el ejemplo el que forma personas empáticas y dispuestas a afrontar los desafíos de época, circunstancia, contexto y contradicciones sociales.
Las iglesias tienen el importante papel de hacer vida la predicación y los Estados, la fundamental misión de crear condiciones básicas de desarrollo, empleo, alimentación, educación y seguridad ciudadana. Esto último es importante en los casos en que la violencia intrafamiliar, la drogodependencia o los prejuicios machistas atenten contra la integridad de alguno de los cónyuges y sus hijos. Incluye a las familias monoparentales o integradas a partir de un segundo matrimonio, porque el amor es la base de la vida.
La libertad personal de elegir con quién casarse, a qué edad y en qué condiciones no siempre es plena, pero también cabe citar el caso de antiguas generaciones de abuelos que vivieron juntos toda la vida enfrentando las vicisitudes con una mística de unidad. Hubo problemas, sí. Los hay todavía, incluso en las mejores familias, pero de nuevo el desafío está en superarlos mediante diálogo, acuerdo y valores hechos acción.
Febrero es comercialmente impulsado como el mes del amor, y en efecto puede constituir un tiempo de reflexión sobre esta donación emocional, física y temporal que ocurre a diario en los hogares. No se trata de mojigaterías ni discursos cursis, sino de reconocer la propia imperfección para posibilitar la aceptación de la otra persona. A veces se malentienden los laicismos escolares como una abdicación o una relativización de los conceptos fundacionales de la sociedad. Han variado códigos del afecto y circunstancias legales o sociológicas alrededor del noviazgo y el matrimonio, pero la esencia existe y es lo que se debe inculcar en las aulas, en los templos, en los juzgados y, sobre todo, en los hogares.