EDITORIAL

La suma de todas las omisiones estatales

Si se hace una suma surrealista de todo el dinero que se ha tirado en gastos suntuarios en cada Estado, de todos los fondos vertidos en el albañal de la corrupción, de todas las iniciativas truncadas contra la desnutrición y el hambre, de todos los recursos desperdiciados en plazas fantasma y burocracia clientelar, de todas las ofertas electoreras fraudulentas por principio, de todas las mediocridades consentidas en los gobiernos municipales, de los negocios sucios con tajada a cuenta del erario y de los planes de desarrollo sostenible relegados en favor de agendas oscuras y camarillas de allegados se tiene como resultado una inmensa e interminable caravana de migrantes, de todas las nacionalidades, como en una visión apocalíptica, rumbo a un sueño extranjero que hace mucho dejó de serlo.

Los desbalances geopolíticos, las pugnas entre potencias y ciertos condicionantes económicos completan el cuadro de factores comunes que, en una u otra medida, golpean la capacidad de diversos Estados para proveer a sus habitantes de satisfactores básicos, por no hablar de vías para la realización personal y colectiva de las naturales aspiraciones humanas y existenciales.

El caso haitiano expone con crudeza la descomposición de la institucionalidad, al punto de que, por una decisión presidencial intolerante, no está integrado el Organismo Judicial y el Legislativo es solo un fragmento sin representatividad. Para colmo, el mandatario que prolongó tal vacío fue ultimado en julio pasado y recién se develó, el 14 de septiembre, la decisión de un fiscal haitiano de pedir proceso judicial en contra del actual primer ministro y mandatario interino, por su posible vinculación con el magnicidio.

Pero la agonía haitiana viene de mucho antes: de dictaduras brutales, asesinato y desaparición de líderes sociales, impunidad para la acción de bandas delictivas y falta de controles para el actuar policial, todo ello producto de un vicioso círculo de abuso e ilegalidades que fueron tolerados incluso por la comunidad internacional desde mediados del siglo XX. Los extremistas de siempre invocarán culpas hacia la derecha y hacia la izquierda según les convenga. La falta de una estrategia estable de competitividad y desarrollo integral desfila hoy por el Istmo con rostro de bebé, de madre, de padre angustiado con una familia a cuestas. Y no solo haitianos, también centroamericanos, asiáticos, africanos y de aquí mismo, de suelo guatemalteco, salen jóvenes rumbo al norte, a diario.

Estados Unidos y México los devuelven hasta una inhóspita frontera, en la cual la práctica ausencia del Estado de Guatemala es patente: no hay infraestructura mínima para atender a estas personas, entre las cuales hubo también guatemaltecos, al menos hasta que se negoció que los enviaran a la capital, pero por el resto de seres humanos nadie responde.

El trato a todo migrante es una especie de declaración ética acerca de cómo se espera que nuestros connacionales sean tratados en similar situación en suelo extranjero. La dignidad en el trato de toda persona es fundamental para un Estado. Los migrantes no son cajas chicas andantes como para que policías se apuesten de dos en dos a la espera de la próxima exacción. Ese respeto esperamos en territorio mexicano para los guatemaltecos que infortunadamente se marchan en busca de una oportunidad que aquí no existe, pero, como mínimo, aquí también hay que tratar a otros viajeros tristes como queremos que lo hagan con los nuestros.

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