EDITORIAL
Las nobles lecciones de un joven corredor
No hubo conmemoración oficial alguna con motivo de los 100 años de nacimiento de Doroteo Guamuch Flores, pese a que se trata del gran pionero de los triunfos atléticos guatemaltecos a escala internacional. La máxima instalación deportiva del país, el estadio nacional, lleva su nombre en conmemoración del sorpresivo, pero no por ello menos meritorio, triunfo en el maratón de Boston, gesta de la cual se cumplirán 70 años el próximo 19 de abril. Tal vez entonces se refresque un poco la memoria de las autoridades deportivas y aprovechen la efemérides para exaltar el legado de un gran deportista.
Recordar el legado de Doroteo Guamuch es motivo de inspiración nacional en una realidad cotidiana agitada por la violencia delictiva, plagada de reiterados intentos de facciones politiqueras por burlar la cuentadancia, hastiada por las contradicciones entre discurso y acción de personajes públicos, desolada por los erráticos intentos de desarrollo y esquilmada por las opacidades contables de la dirigencia deportiva.
El primer gran campeón nacional dejó lecciones sencillas pero sólidas, constituidas de hechos y no de suposiciones u ofrecimientos. La primera fue no dejarse vencer por las limitaciones: aquel 19 de abril de 1952, Doroteo corrió los 42 kilómetros con zapatos formales, debido a que no contaba con calzado deportivo. Con paso arrollador logró cruzar la meta, a las 2.31 de la tarde. Le sacó cinco minutos de ventaja a su más cercano perseguidor. “En su rostro pudo reflejarse la alegría, al cruzar la meta y oír la cerrada ovación de un público acostumbrado a estimular a todo deportista sin verle colores ni nada”, relató un cónsul honorario de Guatemala en Massachusetts que atestiguó aquella victoria sin precedentes.
Pero también hay una lección de hermandad y trabajo en equipo. Aún es muy poco reconocido y difundido que había otros dos guatemaltecos en aquella delegación. De hecho, Luis H. Velásquez, quien era cabo de infantería del Ejército, obtuvo el tercer lugar de la competición, que según registros de la página oficial de dicha competición, tuvo 77 participantes de todo el mundo en 1952. El tercer integrante fue Guillermo Rojas, sargento del Ejército, quien ocupó el puesto 27. Es necesario decir que participó a pesar de tener un fuerte dolor abdominal que finalmente resultó ser una apendicitis, de la cual tuvieron que operarlo poco después de la carrera, según lo refieren las crónicas periodísticas de Prensa Libre, que tuvo en aquel momento una de sus primeras grandes coberturas deportivas.
También hay una gran lección de fraternidad nacional generada por la alegría del éxito de connacionales. El 3 de mayo volvieron los deportistas y los esperaba una multitud en el aeropuerto La Aurora. Hubo un desfile que pasó por la Plazuela España y la Sexta Avenida, algarabía que se ha repetido con cada éxito de guatemaltecos en distintas ramas y que debería ser un incentivo para hacer más eficiente, más competitiva y más transparente la administración del quehacer deportivo nacional.
Finalmente hay una lección de equidad, el estadio nacional, llamado Mateo Flores por muchos años, recibió en 2014 el nombre real, Doroteo Guamuch Flores, gracias a una afortunada revaloración y reconocimiento de la belleza de la multiculturalidad, del valor de las raíces y de la exaltación de la excelencia sin distingo de sexo, etnia o nivel económico. El triunfo de aquel joven corredor mixqueño debe seguir siendo motivo de inspiración y orgullo para las nuevas generaciones de deportistas.