Editorial

Legado salubre

Prácticamente no hay especialidad en la que no haya un aporte guatemalteco.

La inteligencia guatemalteca ha dado múltiples aportes a la sociedad y al mundo en diversas ramas. Una de ellas es la salud, a cuyos avances tecnológicos en diagnóstico y tratamiento se dedica el reporte central de hoy. Investigación, innovación, mente abierta y espíritu de servicio se conjugan en esta búsqueda de tratamientos efectivos contra diversos padecimientos.


Es válido recordar al protomédico guatemalteco José Felipe Flores (1751-1824), quien diseñó los primeros maniquís de anatomía con figuras de cera para mejorar la enseñanza en la Facultad de Medicina. Pero su mayor aporte fue lograr, en 1780, la inoculación a personas para frenar el contagio de la viruela: un antecedente de la vacuna que ocurrió más de 15 años antes que el descubrimiento del inglés Eduardo Jenner. A lo largo de la historia, más médicos han destacado por sus visionarios aportes a la salud. Por ejemplo, el doctor Rodolfo Robles (1878-1938), originario de Quetzaltenango y descubridor del parásito causante de la ceguera por oncocercosis.


Prácticamente no hay especialidad en la que no haya un aporte guatemalteco. En 1973, el doctor Óscar Ernesto Asensio presentó en el Congreso de Cirugía Plástica y Reconstructiva en Nueva York un tratamiento para el labio leporino y paladar hendido conocido como técnica Asensio, con la cual se han practicado más de nueve mil cirugías solo en Guatemala. El cardiólogo Aldo Castañeda (1930-2021) fue uno de los pioneros de la investigación de cirugía a corazón abierto e intervenciones a niños con problemas congénitos de corazón, creador de la fundación que lleva su nombre y que extiende su legado.


Algunas especialidades como la Flebología (estudio de las venas) han generado importantes innovaciones terapéuticas y quirúrgicas a escala continental y mundial, las cuales, a menudo, son puestas al servicio de personas de escasos recursos por iniciativa de médicos altruistas, como un aporte silencioso pero no por ello menos significativo a la Nación.


En todo este camino en busca de soluciones a los desafíos de la salud, es importante el papel de las universidades con facultades de Medicina, pero también las de Farmacia, Química, Biología y Física, que muchas veces son cuna de descubrimientos que coadyuvan a los esfuerzos salubres. Lamentablemente, el presupuesto destinado por el Estado a la inversión en desarrollo experimental de tecnología y tratamientos médicos tiene enormes limitaciones. Existen países como Israel, Alemania y Estados Unidos que brindan becas y amplios espacios a la invención, los cuales generan patentes valiosas cuyos fondos sirven para impulsar el círculo virtuoso.


En marzo reciente se aprobó la Ley de Atención Integral al Cáncer, que provee un fondo inicial de Q600 millones para brindar tratamientos, habilitar instalaciones y prestar servicios paliativos a los pacientes oncológicos. Pero dada la alta capacidad demostrada por tantos médicos guatemaltecos y su vocación de servicio, debería instituirse un fondo fijo para la investigación de punta. Sin complejos y aprovechando la tecnología ya disponible en el país, es necesario aprovechar ese potencial científico y convertir a Guatemala en un polo de descubrimientos.

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