Editorial
Más Santiagos
En Bali, Indonesia, un joven estudiante guatemalteco recibió la medalla de plata en la Olimpiada Mundial de Matemáticas.
En el día de clausura de los Juegos Olímpicos de París, el 11 de agosto último del 2024, sucedió una feliz y maravillosa coincidencia. A 12 mil 350 kilómetros de distancia, según Google Earth, en Bali, Indonesia, un joven estudiante guatemalteco recibía la medalla de plata en la Olimpiada Mundial de Matemáticas, una presea tan valiosa como la de los atletas Adriana Ruano y Jean Pierre Brol, con el mérito adicional de que se trata del niño Santiago Martínez, de 11 años, hijo de Javier Martínez y María Luisa Velásquez.
Santiago superó las fases de clasificación nacional y regional, hasta llegar a la cita global en Bali. Desarrolló exigentes pruebas de álgebra y funciones matemáticas, en inglés y contra reloj. Compitió contra niños y jóvenes de 28 países. El escolar guatemalteco ya había logrado clasificar una vez para estas justas de la inteligencia y el cálculo numérico, pero en su anterior participación no obtuvo medalla. Esto, sin embargo, lejos de desanimarlo lo motivó a estudiar más y a la vez controlar el natural nerviosismo competitivo. Su éxito es evidente.
Santiago Martínez es estudiante del centro educativo Benito Juárez, exitoso proyecto que comenzó a funcionar en el 2000 como un visionario aporte del Club Rotario, la Embajada de México y empresarios mexicanos y guatemaltecos para generar un establecimiento de calidad, con metodologías para niños de inteligencia privilegiada residentes en áreas marginales o que de otra forma no tendrían acceso a ese tipo de plantel.
El Centro Educativo Benito Juárez ofrece desde kínder hasta bachillerato. A la fecha, han egresado 14 promociones de bachilleres, de los cuales el 85% logra una exitosa carrera universitaria. Ellos se convierten en profesionales de servicio al país. También hay egresados que han obtenido becas fuera de las fronteras. Se trata de un modelo virtuoso, digno de ser reproducido. Su éxito, proyectado ahora por el gran logro de Santiago Martínez, radica en el enfoque de excelencia, sin el estorbo de clientelismos ni el veneno de sindicalismos tóxicos que solo buscan privilegios. Este es el poder de la pedagogía noble, moderna y enfocada en pulir el más valioso patrimonio guatemalteco: su niñez y juventud.
Existen otros esfuerzos educativos del mismo tipo apoyados por reconocidas entidades del sector privado, así también hay iniciativas como la del cantautor Ricardo Arjona y su escuela en Ixcanal, San Agustín Acasaguastlán, El Progreso. Pero, sin duda, no estarían de sobra nuevos proyectos en ese campo, dirigidos a familias de escasos recursos, auspiciados por futuras alianzas virtuosas entre contrapartes locales y embajadas de países amigos.
La mención de los padres de Santiago no es casual. El desempeño exitoso del aprendizaje depende en buena medida de la atención, participación y afecto de los padres, desde la más corta edad. Un triunfo de este nivel no es individual, sino refleja un trabajo en equipo. En esta confluencia de esfuerzos no se puede soslayar, por supuesto, el papel de los maestros que aportan el mortero para ir cimentando los ladrillos del conocimiento, el razonamiento lógico, la creatividad y, por supuesto, la motivación constante. Es tiempo de depurar la educación pública del país, para identificar y cultivar más inteligencias como las de Santiago, porque están allí, pero corren riesgo de perderse si no se les apoya con calidad, ética y prospectiva.