Editorial
Naturaleza arrasada
Ningún dinero por leña, ganadería o caza de especies protegidas alcanza para pagar el daño causado.
Parece contradictorio el título de este escrito, pero es muy real: incontables ejemplares de la ya de por sí escasa fauna guatemalteca han sido víctimas de la reciente ola de incendios forestales mayoritariamente causados por imprudencia y necedad de personas. Se supone que cada ser humano es racional, consciente de sus actos y responsable del bienestar de su entorno. Pero, lamentablemente, hay irracionalidad, inconsciencia e irresponsabilidades en diversos órdenes, de los cuales la destrucción ecológica constituye uno de los más impunes.
El siniestro en el volcán de Agua fue la exhibición más próxima de un ciclo de destrucción que se registra desde hace muchos años en los cuatro puntos cardinales de Guatemala. Los incendios de bosques y llanuras destruyen la variedad biológica del país, que en muchos casos es endémica y que, de recuperarse, tardará décadas. Ningún dinero por leña, ganadería o caza de especies protegidas alcanza para pagar el daño causado a todo el territorio, pues el patrimonio natural es de todos.
Cada 3 de marzo se conmemora el Día Mundial de la Vida Silvestre, pero hay mucho que festejar, dado al creciente daño sobre el hábitat de muchas especies. En el incendio del volcán de Agua, decenas de aves, mamíferos, reptiles, batracios e insectos perecieron por no poder escapar o se han visto desplazados a regiones ajenas a sus territorios de supervivencia. Según expertos avituristas y biólogos, hasta el mismo quetzal ha sido avistado en las faldas del coloso, pero ahora puede que se hayan consumido árboles de cuyos frutos se alimenta.
Similar situación ocurre en otros incendios, en departamentos como Sololá, Quetzaltenango, Quiché, Petén e Izabal. Uno de los agravantes detectados ha sido el aprovechamiento de cazadores ilegales, que colocan trampas o disparan contra animales indefensos que escapan de las llamas. De por sí existe una abyecta actividad de caza ilegal de especies protegidas como venados, iguanas, tapires, pavos de collar o jaguares, ya sea para el consumo de su carne o para vender sus restos, los cuales no pueden considerarse sino suvenires de la vergüenza.
Cada vez es más evidente que la destrucción de los ecosistemas pasa factura a las comunidades, sobre todo a través de la falta de agua, el cambio climático y las dificultades para la agricultura, a causa de la reducción de especies de insectos polinizadores. Pero es en el hogar y en la escuela donde se debe crear esta conciencia en niños y jóvenes que quizá puedan comprender lo que muchos adultos ignoran.
El Día de la Vida Silvestre planea la importante relación entre tecnología digital y conservación. A primera vista parece una antítesis, pero con los adelantos de conectividad, difusión informativa y múltiples plataformas de conocimiento es posible visualizar una actitud colectiva más proclive al cuidado de bosques, montañas, ríos, lagos y, sobre todo, reservas naturales que albergan a miles de especies de flora y fauna. Así también, la conservación ambiental no es un impedimento para el desarrollo. Por el contrario, el comercio sostenible y la oferta de servicios aumenta a través del turismo ecológico y comunitario. Pero para ello se necesita una gobernanza coherente y educada.