EDITORIAL
Navidad lejos de casa
Si ya desde hace al menos un lustro era notoria la presencia de migrantes hondureños, nicaragüenses o haitianos, mayoritariamente de paso por el país en ruta hacia la frontera sur de EE. UU., en las últimas semanas la escena frecuente es la de grupos o familias que ondean una bandera venezolana mientras venden dulces o piden caridad para continuar su camino en la misma dirección al norte.
Se trata de un masivo drama humano cuya escena más conmovedora es la de niños y niñas, incluso bebés, que juguetean, dormitan o solo ven hacia los transeúntes, quizá con hambre, con sed, con añoranza de aquel lugar que llaman hogar, el cual quedó a más de dos mil kilómetros de distancia. Pese a todo, en su inocencia, para los pequeños resultan inexplicables las razones por las cuales se encuentran en esta penuria trashumante, en su caso detonada por las pésimas políticas sociales y económicas de un gobierno dictatorial que ha convertido a un país rico en recursos en una economía devastada por el estatismo y la corrupción.
No es difícil imaginar a familias y niños guatemaltecos migrantes en predicamentos similares a lo largo del territorio mexicano. Se fueron de su país a causa de la pobreza, la desesperación por la falta de oportunidades de empleo o por la violencia, sobre todo la ejercida en zonas marginales o la provincia por bandas de extorsionistas y asaltantes que hacen imposible incluso instalar un pequeño negocio de barrio.
Las Casas del Migrante siguen proveyendo tiempos de comida y brindando albergue a quienes solo desean seguir su camino. Es una tarea complicada en tiempos de crisis económica, pero la cumplen por principio de caridad cristiana, sin distingo de origen, sexo, creencia o causa del desplazamiento. En efecto, algunos podrían cuestionar, desde un ángulo escéptico, por qué un país debe cargar con las consecuencias de los problemas de otro Estado, pero si se aceptara tal localismo, nos toparíamos con que esa tolerancia es precisamente lo que se le pide a EE. UU. para con los compatriotas radicados allá desde hace mucho o poco tiempo y quienes con sus remesas sostienen la economía.
Entre octubre y septiembre de 2022 fueron detenidos más de 232 mil guatemaltecos por la guardia fronteriza de EE. UU. En octubre último ya habían sido capturados más de 14 mil; es decir que el éxodo sigue: un reflejo de la crítica situación de sobrevivencia. No obstante, el abordaje del tema sigue siendo marginal, tibio y burocratizado.
Nadie está obligado legalmente a apoyar a un extranjero indocumentado cuyos problemas tienen un origen distante, aunque no difiera tanto de la realidad nacional. Sin embargo, a nivel ético, en un país de amplia mayoría cristiana, católica o evangélica, debe existir la posibilidad, por no decir la convicción, de compadecerse y brindar unas monedas, algunos alimentos o un juguete para los migrantes más pequeños en la semana previa a la Navidad, o entregar un donativo a entes de ayuda. Un gesto así no significaría avalar la migración ilegal, sino impulsar la hermandad humana sin prejuicios, la misma que queremos para los connacionales. Hasta la familia de Belén vivió la penuria de estar lejos de su casa por necesidad. Hoy, 18 de diciembre, se conmemora el Día Internacional del Migrante.