EDITORIAL

Nueva independencia

Sí, es urgente que Guatemala se independice lo antes posible de las prácticas corruptas y clientelares, de la intolerancia y la negligencia, de las visiones polarizantes y venenosas que se inducen desde extremismos egolátricos que aprovechan la confrontación para posicionarse. Es necesario independizarse de los discursos prefabricados de politiqueros que solo repiten lo que les ordenan sus propagandistas pagados con base en tendencias virales. Es impostergable dejar la dependencia pasiva de funcionarios y diputados pasajeros que se creen dueños del cargo para justificar despilfarros.

“La patria es una casa…. que todos afanosos levantamos”, escribió alguna vez el poeta Julio Fausto Aguilera. En efecto, la patria es erigida a diario por todos los ciudadanos. Para que se libere de los rezagos, las opacidades y las ineficiencias, se necesita de una actitud de atención, de sano espíritu crítico y exigencia constante de cuentadancia. Solo la ciudadanía puede exigir y demandar cuentas claras, resultados concretos, gestiones transparentes.

Guatemala atraviesa una etapa crítica debido a los efectos de la pandemia sobre la economía familiar, la discontinuidad de programas de apoyo y la desconexión entre ministerios para enfrentar los desafíos de forma conjunta e integral. Los errores y desatenciones de los últimos gobiernos son un peligro, porque pueden abrir paso a discursos de dictadores disfrazados de diva, a populistas que apelan al resentimiento o individuos anodinos que se venden como dicharacheros recién llegados a la política, pero que han formado parte de cuestionados partidos conocidos de todos.

Niños siguen muriendo de desnutrición. Los hospitales siguen sin recursos —y no solo para covid-19—. La calidad educativa publica está atada a las veleidades y pactos de conveniencia con oscuros dirigentes. La infraestructura vial es deficitaria y condicionada a la contratación de allegados, testaferros y reparto de comisiones ilícitas. El cuadro es dantesco y opresivo, pero es precisamente por eso que debe ser el padre y madre de familia, estudiante, docente, empresario, agricultor, religioso, artista, profesional íntegro quien se convierta en prócer de una independencia renovada.

El proceso puede no ser fácil ni inmediato, pero dentro de la institucionalidad y el estado de Derecho se puede emprender la ruta a la transformación, antes de que llegue la vorágine electorera en menos de año y medio, pero que puede ser el principio de un camino nacional de mayor progreso.

Este es el último domingo del septiembre bicentenario: una efeméride que trajo toda clase de reacciones. No se puede cambiar la historia, pero sí aprovechar sus lecciones para trazar el futuro de los siguientes 200 años. Es un deber para con las siguientes generaciones.

El primer ingrediente es una ciudadanía renovada, optimista, con espíritu crítico y ánimo de hallar consensos para poder acordar nuevas estrategias de desarrollo y obligar a los políticos de turno a cumplirlas tal como lo que son, empleados pagados con recursos de todos. Muy bien lo describió el poeta Fausto Aguilera más adelante en su mismo texto: “La patria que les digo, la que ansío —la que será, pues la defino y canto—, por el trabajo es pan, es luz, es gozo. No conoce al mendigo ni al parásito”.

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