Editorial

Objeto transformador

Guatemala es una nación pletórica de creadores literarios para todos los gustos, a los cuales también hay que acercarse por disciplina intelectual.

Existe un objeto, reproducido en decenas de miles de formas, tamaños y estilos; contiene una poderosa energía concentrada sobre materia aparentemente inerte. Es un artículo común, tan cotidiano que a menudo queda de lado, ignorado, a veces tirado, debido a hipnóticas señales de sus competidores, que le han robado la atención pero nunca le han podido despojar de su poderosa magia, de su constante potencial de fascinación y, sobre todo, de su total independencia de fuentes de energía o conexión electrónica para su aprovechamiento.

Estamos hablando, por supuesto, del libro, especialmente de aquel que contiene creación literaria, de cualquier estilo, temática, latitud, autor y época. Sería prácticamente imposible decir cuántos se han editado a lo largo de los 570 años que han pasado desde la impresión de la Biblia de Gutenberg, pero la pregunta verdaderamente relevante es: ¿cuántos leo por año? ¿cuántos leen mis hijos?, dicho sea, fuera de aquellas lecturas escolares obligatorias: el tiempo de lectura voluntaria, deleitable y, sobre todo, libre.

Paradoja: la lectura es una disciplina que se convierte en gusto y un gusto que fortalece la disciplina, en un círculo virtuoso que solo se puede descubrir y adquirir de manera personal. Cierto, en la escuela se puede inculcar, pero solo se refuerza si el propio maestro tiene el hábito de leer o si el niño ve a sus padres tomar en sus manos un poemario, una novela, un cuento infantil, para concelebrar la imaginación.

Toda esta sucesión de ideas surge a propósito del inicio de abril, considerado en varios países de habla hispana como el mes del libro y la lectura, debido a que el día 23 se conmemora el deceso de tres grandes escritores: Miguel de Cervantes, español; William Shakespeare, británico; y el inca Garcilaso de la Vega, un triple símbolo del influyente poder creativo de la lectura y la escritura, un cofre de tesoro abierto a toda persona que esté dispuesta a buscar, explorar y excavar para obtener una riqueza inagotable y creciente. Pero allí es donde muchos se dejan llevar por la desidia o por simples distracciones de la televisión, el internet, las redes sociales, videojuegos y una vorágine de ocios tentadores.

Guatemala es una nación pletórica de creadores literarios para todos los gustos, a los cuales también hay que acercarse por disciplina intelectual. Apellidos como Asturias, Cardoza, Rodríguez Cerna, Arévalo Martínez, Brañas, Arce, Wyld Ospina, Rodríguez Macal, Landívar y Caballero, Ak’abal, Juárez Toledo y Méndez de la Vega deberían resonar en la mente de los jóvenes a través de historias, frases y versos, junto con nuevos nombres que siguen surgiendo y se suman a creadores vivos como Francisco Morales Santos, Ana María Rodas, Rodrigo Rey Rosa, Isabel de los Ángeles Ruano, Arturo Arias y tantos más que el lector avezado acusará ausentes aquí, a falta de espacio.

A la vez, esa capacidad lectora deviene en mejor desarrollo intelectual y crecimiento de capacidades de análisis, comprensión y formulación de nuevas ideas. Es lamentable el bajo nivel de lectura que se observa en graduandos de diversificado e incluso en universitarios, cuando son ellos los llamados a predicar con el ejemplo en cualquier rama que se desempeñen. A la vez, los gobiernos han relegado la apuesta por los libros, como instrumentos de transformación y desarrollo.

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