EDITORIAL

País de contrastes llamado a avanzar

En la portada de hoy, los acuciosos lectores con seguridad notaron un contraste entre dos noticias que figuran en esta edición: por una parte, el aumento del 13% en los casos de desnutrición aguda infantil, un índice que contradice cualquier discurso, anuncio o declaración política previa, pero que más allá de las lógicas críticas a las ejecutorias de recursos dirigidos a combatir este flagelo representa un cuestionamiento para toda la sociedad guatemalteca acerca de lo que cada ciudadano, cada comunidad y cada organización puede hacer para contribuir con esta causa, y no depender de recurrentes caballitos de batalla electoreros.

Por otro lado, en la sección de tecnología se presenta al ingeniero guatemalteco Luis Zea, quien fue elegido por la agencia espacial estadounidense (Nasa) como parte del equipo coordinador de un estudio decadal que revisará los avances y los desafíos para la investigación futura. Zea ha relatado en otras entrevistas que de niño jugaba a desarmar juguetes con esa natural curiosidad infantil que fue cultivada y animada de tal forma que lo llevó a estudiar una carrera científica especializada en mecatrónica, que lo ha llevado por múltiples ramas del conocimiento aeroespacial. Con frecuencia comparte sus conocimientos con estudiantes guatemaltecos para despertar más vocaciones, más sueños y más aportes de ciencia.

Por un momento puede parecer que la realidad de niños del Corredor Seco o la Verapaz están abismalmente distantes de realizaciones como las de Zea y otros científicos guatemaltecos, pero quizá se necesita un cambio de prisma, un enfoque distinto para emprender la vinculación, no solo para aplicar la ciencia en favor de proveer a la niñez de todo el país de mejores oportunidades, sino también de nuevas visiones, nuevos sueños, nuevas metas de excelencia personal y servicio.

No faltará quien vea imposible sacar a un científico de tan adversas condiciones, que para muchos infantes marcan una corta vida antes siquiera de poner un pie en un plantel escolar. Pero eso se debe a una cultura de indiferencia y desesperanza aprendidas a fuerza de condicionamientos impuestos por politiqueros demagogos y mentirosos profesionales que la misma ciudadanía ha dejado colarse en las esferas públicas a todo nivel. Tales patrones de desaliento deben dejarse voluntariamente en desuso para adoptar una renovada identidad de confianza en la capacidad guatemalteca de salir adelante, de triunfar y de innovar.

Por supuesto, se necesita de infraestructuras concretas para levantar un sistema funcional de nutrición infantil que funcione de manera transparente y no clientelar, de forma sostenida y no promocional. Las comunidades pueden y deben demandarlo de sus autoridades edilicias y también de sus representantes en el Congreso. Con ello viene la apuesta por la renovación del aprendizaje a todos los niveles, con exigencia de resultados a los cuadros magisteriales que hasta hoy prefieren seguir directrices de dirigentes negociadores y no de los padres de familia, que son los más adecuados representantes de los escolares. Varias comunidades, empresas y organizaciones han dado cátedra de cómo levantar una escuela, de cómo dotarla de tecnología sencilla pero funcional y de romper con la masificación de pensa sin pertinencia cultural.

El cambio no es mágico ni sucederá por ósmosis. El cambio es una actitud que el guatemalteco debe adoptar desde su esfera personal y familiar para poder transformar su entorno, en una espiral virtuosa y creciente que no separa ni discrimina, sino que integra y reta a aprender constantemente de los aciertos, pero también de los errores, para que estos no se tornen en nuevos temores y abismos.

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