EDITORIAL
Patrimonio líquido
A lo largo de la historia de las civilizaciones, las riberas de ríos y lagos han sido lugar predilecto para el asentamiento de pueblos y ciudades porque se asegura la provisión de líquido para consumo, higiene, riego de cultivos, abrevar ganado, desarrollar actividades industriales y tantos otros usos. Guatemala no ha sido la excepción y desde tiempos prehispánicos y coloniales el aprovisionamiento de agua ha sido fundamental, ya que es un recurso que posibilita la vida y la realización personal, comunitaria y nacional. Entonces cabe preguntar ¿por qué no cuidamos los recursos hídricos del país?
Aquellos ríos otrora límpidos que abastecían a comunidades de todo tamaño, hoy son vulgares desagües a cielo abierto. Basta ver las cuencas que rodean las cabeceras departamentales y municipales: son cloacas, debido a que durante décadas las autoridades se hicieron las desentendidas.
Estamos en tiempo electoral. Invariablemente los aspirantes a las 340 alcaldías del país ofrecen lo que sus recetas de mercadeo les indican y una de esas promesas es mejorar la provisión de agua potable. Asumen que lo lograrán abriendo más pozos, con lo cual aceleran la reducción de los mantos freáticos. Otros recurren a instalar tuberías en ríos de áreas montañosas o incluso a construir diques para acumular el recurso, pero en verano son notorias las reducciones de caudal.
Algo más: muy poco les preocupan las aguas servidas y quienes sí se ocupan de instalar drenajes a menudo se conforman con dirigir las tuberías cauce abajo, como si así desapareciera el problema, pero en realidad les están ensuciando el agua a los siguientes poblados, que se ven en la necesidad de filtrarla para hacerla medianamente consumible.
Guatemala tiene un patrimonio líquido inmenso: existen millardos de toneladas cúbicas de agua dulce, una verdadera bendición en comparación con otras latitudes. Sin embargo, el 90% de ese recurso no es apto para consumo porque nosotros lo contaminamos y se lo contaminamos a otros.
Baste citar el triste caso del río Motagua, que nace pristino en las montañas de Quiché, pero ya a su paso por Baja Verapaz va sucio. A lo largo de cientos de kilómetros —si se suman todos sus afluentes— recibe basura, heces y desagües de todo tipo, al punto de que lo consideran a nivel internacional “el río más contaminado del mundo”. Sin embargo, para muchos habitantes parece un problema ajeno que “otros” deben resolver.
La lista de recursos acuíferos en peligro ya es larga y preocupante. Estamos en cuenta regresiva para la implementación de la norma que obliga a clasificar desechos, la cual debería pasar a tener categoría de decreto legislativo y no solo acuerdo. También existe obligación de que las municipalidades posean plantas de tratamiento de aguas servidas, pero solo unas cuantas han logrado avanzar seriamente en esa disposición.
Para abordar este desafío nacional, Prensa Libre inicia hoy la publicación de informes especiales sobre las aristas y propuestas técnicas de abordaje al problema del agua en el país. La exigencia de agua potable en comunidades es masiva y precisa de un cambio de actitud colectiva, y también personal, para decidirse a dejar de contaminar el líquido que otros beben y que pueden ser incluso mis hijos o seres queridos.