EDITORIAL

Perverso negocio destruye futuros

Apenas el 28 de julio, en el barullo de tantos temas que ocupan la opinión pública, se registraba la caída de un peligroso individuo dedicado a la execrable explotación sexual de menores. El sujeto en cuestión, Rodrigo Paz Aceituno, se hacía pasar como maestro y entrenador de futbol para entrar en contacto con niños sin que los padres sospecharan de su malsana cercanía. A través de foros digitales ilícitos intercambiaba fotografías de sus víctimas y llegó incluso a lucrar con ellas, al punto de que un extranjero viajó a Guatemala, específicamente a Gualán, en el 2020, para abusar de un menor bajo los sucios auspicios de ese individuo.

En el operativo fueron rescatados nueve menores de entre 6 y 9 años que presumiblemente habrían pasado por similar explotación o habrían estado en riesgo de sufrirla. De ellos, tres fueron entregados a sus familias y otros seis fueron trasladados al Refugio de la Niñez. Desgraciadamente no son los primeros ni los únicos niños y niñas que se han visto sometidos a este suplicio, el cual no solo destruye su inocencia, sino que deja dolorosas marcas emocionales.

La magnitud de este problema es de alcance global, según lo muestra la concurrencia de un extranjero en este caso. Se trata de una peligrosa y destructiva actividad propia de mentes enfermas que corrompen lo más preciado de la humanidad y de las familias: la infancia. Además, existen poderosos intereses económicos, pues, de acuerdo con cifras de Unicef, esta actividad delictiva puede generar más de Q20 mil millones por año, un monto que no equivale ni en mínima parte al irreversible daño ocasionado a un menor abusado. Sin embargo, el actuar de estas redes se prolonga debido a la impunidad.

Es necesario hacer notar que la vulnerabilidad infantil ocurre por varias causas: ausencia de uno o ambos padres, falta de comunicación o de confianza en la familia, prolongadas jornadas de trabajo durante las cuales los hijos no están bajo el cuidado de un familiar responsable, las condiciones de pobreza y también las tretas utilizadas por pervertidos para cautivar la atención de los pequeños o los adolescentes, cuya personalidad se encuentra en etapa de formación y por lo tanto pueden ser objeto de engaños o falsos ofrecimientos.

Los padres de familia son los principales responsables de monitorear las actividades y compañías de sus hijos, así como sus horarios de estudio, participación en actividades deportivas o de aprendizaje. Ninguna precaución es poca para evitar que un niña sea objeto de toqueteos o manipulaciones indignas por parte de un extraño, y a veces, lamentablemente, de algún pariente. Solo en lo que va del 2021 hay 147 denuncias por esta clase de delitos, y quizá podría haber más si existiera una línea telefónica exclusiva para este tipo de señalamientos.

Es necesario crear un ambiente de confianza con los niños y adolescentes para que puedan compartir libremente sus opiniones y relatar, sin miedo, algún tipo de vivencia inadecuada. Tampoco está de más brindar orientación sobre el uso de las redes sociales, advertir a los hijos, sobrinos o nietos acerca de los depredadores sexuales que suelen aprovecharse de foros y comentarios en ese ámbito. Finalmente, los padres o encargados no deberían utilizar el celular como “niñera”, sin mayor control de tiempo o contenidos, porque esta puede ser la puerta abierta para que los niños sean convertidos, debido a su inocencia, en mercancía de inmundas mafias.

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