EDITORIAL

Politiqueros rehúyen el debate serio

Para empezar cabe diferenciar entre politiquero y político, a fin de sacar en limpio este concepto. Muchos se hacen llamar políticos, pero al actuar solo por su propio interés, al irrespetar reglas de manera evidente o subrepticia, al trazar pactos oscuros a escondidas y en detrimento de la ciudadanía resultan ser simples politiqueros, mercaderes de influencias, mandatarios de grupos fácticos ajenos al bien común.

Para ser político no basta pertenecer a un partido. Y para ser político, un partido debe demostrar con acciones sus postulados. Cuando esconden o disfrazan el origen de su financiamiento, cuando actúan como pandilleros y no como un grupo responsable de ciudadanos unidos por un ideal, podrán estar legalizados bajo nombres rimbombantes, con acrónimos dictados por un criterio publicitario, pero no merecen llamarse partido político, aunque insistan.

Toda esta disección ética y semántica tiene como fin señalar la renuncia, resistencia o simple incapacidad de la gran mayoría de dirigentes y cuadros políticos actuales a discutir los desafíos nacionales con integridad, aplomo, propuestas y vocación de consenso. Sin importar el paradigma de ideas, el mayor vacío en el quehacer partidario y legislativo de Guatemala se encuentra en la capacidad de diálogo, empatía y acuerdos civilizados y sostenidos. Las restricciones a la campaña anticipada contenidas en la última reforma electoral inconclusa sirvieron de pretexto perfecto a los politiqueros para acomodarse en sus inercias y guardar silencio o fingir demencia sobre las acciones de sus diputados en el Congreso. A medida que se aproxima el carnaval eleccionario empiezan a asomarse eslóganes y frases repetitivas: nada más lejos de una verdadera propuesta política seria.

Poco ha variado el concepto de política desde la definición hecha por Aristóteles en el siglo IV a. C., y sin embargo es evidente que muy pocos integrantes de partidos han estudiado el sentido ético de ejercer esta disciplina centrada en el gobierno de la ciudad o “polis”, raíz de la cual se deriva la palabra político. El filósofo griego planteaba: “Podemos llamar feliz y floreciente a la ciudad virtuosa. Es imposible que logre la felicidad quien no realice buenas acciones, y nadie, ni un individuo ni una polis (ciudad) puede realizar buenas acciones sin virtud y buen juicio”. Cada ciudadano está llamado a ser político, en cuanto a sus acciones y decisiones, lo cual acrecienta la responsabilidad para quien integre una entidad partidaria.

Una sentencia de 2018 de la Corte de Constitucionalidad dejó en claro la diferencia entre proselitismo y campaña anticipada. Exponer el ideario político y cuestionar las acciones estatales de acuerdo forma parte del ejercicio irrenunciable de la Libertad de Expresión consagrada en la Carta Magna. Quizá algunas interpretaciones discrecionales o erróneas del propio Tribunal Electoral pueden haber inducido a la abstención de manifestar tales razones y convicciones por miedo a que se conviertan en pretextos para bloquear la participación en candidaturas a cargos de elección.

En este momento ya existe promoción de figuras de posibles presidenciables que causan suspicacias, precisamente por el silencio que han mantenido acerca de desatinos gubernamentales o legislativos. Argumentan temor a la ley, pero en algunas ocasiones el mutismo obedece a furtivos contubernios, aunque cabe aclarar que sí son necesarias las negociaciones, los consensos y los acuerdos para hacer avanzar las prioridades de desarrollo y la competitividad, pero los mismos deben ser públicos y cumplidos.

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