EDITORIAL

Responsabilidad y empatía sanitarias

Es justificada y comprensible la preocupación expresada por ciudadanos y diversos sectores acerca de los riesgos que entraña la reapertura del transporte colectivo y de actividades comerciales que se encontraban suspendidas o fuertemente restringidas desde marzo a causa de la pandemia. Once mil casos activos y mil 761 decesos no son poca advertencia, pero a la vez era creciente la necesidad de comenzar a recuperar plazas de empleo, ingresos y detener el deterioro progresivo de empresas de todo tamaño a causa de la inactividad.

El Gobierno aún tiene pendiente la presentación, explicación y puesta en vigencia de los protocolos de acción y prevención por sector económico, a fin de clarificar cuáles serán los parámetros legales sobre los que se continuará o pausará la apertura de restaurantes, centros comerciales, abordaje de autobuses y aforo de centros de trabajo que ya tienen permiso para extender sus horarios. Mientras no existan tales reglamentos no será posible la verificación o incluso una potencial sanción contra quienes pongan en riesgo la seguridad epidemiológica de usuarios. Si bien no se puede alegar ignorancia de la ley, el país se encuentra en una situación inédita, en una emergencia -literalmente- que combina la necesidad de proteger la salud pero también de retomar la productividad.

Es necesario subrayar en este punto la importancia de la responsabilidad individual del ciudadano como persona libre, consciente y provista de un conjunto de valores: madurez, solidaridad, empatía, integridad y prudencia. Ya se conocen las características de transmisibilidad del coronavirus, ya se han explicado las principales medidas para frenar el contagio, ya se tiene clara la importancia de una acción tan simple como lavarse las manos o evitar la concentración de personas en espacios cerrados. Entonces, ¿para qué insistir en meterse a un autobús que ya tiene completo el cupo máximo de seguridad?, ¿para qué salir a la calle sin una auténtica necesidad de aprovisionamiento o de trabajo?, ¿para qué poner en riesgo a los seres queridos y sobre todo a los adultos mayores de la casa asistiendo a fiestas o reuniones que continúan vedadas?

Por otra parte, la reactivación creará ocasiones de propagación que se encontraban disminuidas y el sistema hospitalario necesita estar tanto o más reforzado que en los días de suspensión de actividades. Lamentablemente, por razones que aún no se han explicado, el Ministerio de Salud y la Comisión contra el Coronavirus no hicieron mayor esfuerzo por retener al personal médico y de enfermería cuyos contratos finalizaron la semana anterior, y que bien pudieron ser extendidos de cara a la nueva fase que el país enfrentará conjuntamente. La misma negación ministerial sobre las carencias y dificultades denunciadas por médicos, a quienes no se concedió la audiencia que solicitaban, parece contradecir el aparente espíritu de proactividad que se proclama en los discursos públicos.

No es posible todavía voltear la página del covid-19, como sugería o anhelaba el presidente Giammattei hace algunos días. Ni siquiera potencias mundiales que han tenido episodios exitosos en el combate al virus han podido salir de la amenaza. Alemania, Bélgica, Francia, España, China y varios estados de EE. UU. anunciaron un retorno al confinamiento ante la escalada de casos que han causado crisis en hospitales mucho más modernos, más equipados, más dotados de medicamentos, oxígeno y personal que los de Guatemala. Hay que alimentar la esperanza, pero no con más agonías o muertes evitables.

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