EDITORIAL

Sigamos tirando el agua

Existe un dicho tan viejo y repetido que quizá por eso deja de sonar con el realismo demoledor que tiene: Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Tiene especial significado en el caso del agua para consumo humano, anhelada e incluso implorada por decenas de miles de pobladores de la zona metropolitana y otras áreas urbanas, pero también, paradójicamente, desperdiciada por quienes poseen el recurso, quizá gracias a un pozo privado que aún no se ha secado. Pero se trata de un recurso escaso y en inminente disminución debido a los cambios de precipitación pluvial, la deforestación, la menor retención de suelos y la caída de nivel de los mantos freáticos.

Por eso mismo, aunque pueda considerarse evidente la connotación paradójica, aclaramos que el título de este mensaje es una ironía respecto de los llamados a ahorrar agua, que parecen no tener mayor efecto. Fácilmente explotan ciertas personas que en lugar de agarrar una escoba, barren el frente de sus casas a toda presión con una manguera, o que enjabonan cariñosamente su vehículo mientras el líquido, que tantos anhelan para beber, corre calle abajo en un río de displicencia, insensibilidad y abuso.

Sin embargo, el asunto va más allá del uso racional del agua que sale por el grifo, pues son impostergables esfuerzos colectivos de conservación de áreas forestales —entre las cuales los barrancos merecen una declaratoria de protección para evitar un deterioro que impacta en su capacidad de ser zonas de recarga hídrica para toda la urbe—. Desafortunadamente, existen comunas en donde los planes de ordenamiento territorial son laxos o vagos, y se limitan a autorizar proyectos sin verificar los estudios de impacto ambiental. Estos no son solo un papel que se adjunta a un expediente, sino un impedimento en caso de no poderse demostrar fehacientemente la pertinencia ecológica de una urbanización, en cualquier región del país.

Cuencas de ríos y lagos con vocación de ser fuentes de futuro aprovisionamiento se han convertido en canales de contaminación, debido a la frecuente indolencia e incumplimiento legal respecto de la disposición de drenajes de todo tipo. La Ley de Aguas lleva más de 10 iniciativas engavetadas por diversas legislaturas, y la actual no hace diferencia alguna.

Se necesita implementar una autoridad nacional del agua con pertinencia cultural, pero también de un cambio de actitud ciudadana respecto del recurso. Esfuerzos loables como la mesa técnica del río Madre Vieja han integrado a pobladores, empresas, autoridades y expertos en la administración proactiva del afluente, que hace algunos años estaba por desaparecer debido a los desvíos ilegales y la utilización descontrolada de su caudal. Proyectos similares podrían emprenderse respecto de la cuenca del río Las Vacas, devenida tristemente en el mayor desagüe a cielo abierto de varios municipios, incluyendo la capital. No será un esfuerzo sencillo ni corto, debido a que el daño ha sido prolongado. Asimismo, hay ríos como el Teocinte y el Xayá-Pixcayá, de donde proviene agua para miles de hogares, pero cuya corriente está en bajos niveles históricos y, por si fuera poco, reciben contaminantes.

ESCRITO POR:

ARCHIVADO EN: