EDITORIAL

Silencioso pero sólido aporte de maestros

El mejor maestro es aquel que nunca se olvida de ser alumno, incluso de sus propios educandos, con la convicción de que el tiempo de la niñez es corto, valioso y altamente sensitivo a las enseñanzas, pero sobre todo a los ejemplos. A lo largo de la historia guatemalteca, existen valiosos modelos de docentes que, en su afán de proveer un aprendizaje más efectivo, generaron innovaciones y superaron barreras, de las cuales, sin duda, la mayor suele ser el “no se puede”.

Si bien el magisterio es un medio laboral para ganarse un sustento digno, es mucho más que un empleo o una plaza burocrática: es una misión que se enraíza en la tradición, la cultura y la identidad nacional, para poder posibilitar el florecimiento de mentes con futuro e inteligencias capaces de plantear soluciones a los incontables desafíos nacionales. Ser maestro o maestra precisa de una vocación de servicio centrada en la empatía, guiada por metodologías asertivas y contextualizada en las realidades que viven los niños, sobre todo aquellos con mayor vulnerabilidad económica, social o emocional.

En este espacio editorial rendimos un sencillo pero muy sincero reconocimiento al aporte cotidiano de los maestros responsables de todos los niveles. Su creatividad, cariño y afán de mejora quedan plasmados a diario en cada detalle de su jornada escolar, la mayoría en obligado distanciamiento, debido a las circunstancias de la pandemia. Si se enfoca desde el lado positivo, se aceleró la evolución del paradigma educativo, tan largamente anunciada, prevista, hipotetizada: la tecnología ha exhibido su potencial y recursos, pero también sus limitaciones. Esto también es bueno, porque vuelve a poner de relieve la compasión implícita del acto de enseñar a vivir.

Profesores que buscan mejorar la nutrición de sus alumnos, que se las ingenian para trasladarse hasta las cercanías de las viviendas, que idean materiales didácticos de bajo costo, que diseñan actividades lúdicas sin perder el objetivo de asimilar acervo, que fomentan la lectura mediante el diálogo, que no dudan en decir no lo sé pero lo investigaré para explicarlo son los que construyen mejores personas, sin altisonancias ni pretensiones de poder.

Es inevitable mencionar, nuevamente, la necesidad de que el magisterio organizado recupere el espíritu crítico y la conciencia histórica de su importancia gremial, a fin de perder el miedo y configurar un nuevo liderazgo. Más de dos décadas bajo la férula de un oscuro y custodiado dirigente, y sus adláteres, se asemejan a la dictadura que vivió Guatemala hace cien años, la cual se rompió cuando él afán de transformación prevaleció. Los maestros fueron, a su vez, un factor determinante en aquel 25 de junio de 1944, cuando el dictador Jorge Ubico intentaba aferrarse al poder omnímodo. Los maestros enseñaron aquel día cómo se renueva la patria. Lamentablemente, la maestra María Chinchilla murió, pero no a causa de sus ideales, sino de la intolerancia, la cerrazón y el servilismo. No obstante, su nombre, su sacrificio y su legado continúan vivos.

Gracias a la maestra de primeras letras. Gracias al profesor de matemática y física. Gracias al docente de música, de artes plásticas. En fin, a todos los que comparten sus saberes en aulas físicas y virtuales de preprimaria, primaria y diversificado; a los que atienden a alumnos con capacidades especiales, a los maestros que forman a maestros. Su labor es fundamental y tiene prolongado eco en el tiempo, aunque parezca silenciosa.

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