EDITORIAL

Soberano fiasco en la lucha antidesnutrición

En verdad hay que tener hambre y no viandas disponibles a cualquier hora pagadas con recursos públicos para poder aproximarse un poco a la dura realidad de inanición que sigue golpeando a miles de familias. Al menos si esa es la misión que se pregona. La pobreza, falta de empleo, cosechas malogradas por factores climáticos y la inercia de programas burocráticos son el vórtice mortal que sigue tragando vidas infantiles, tanto de los niños que perecen por hambre como de quienes sobreviven, pero siguen atados a las secuelas de un deficiente desarrollo neuronal.

La palabra inercia tiene dos acepciones principales: Incapacidad que tienen los cuerpos de modificar por sí mismos el estado de reposo o movimiento en que se encuentran o la falta de energía física o moral. En ambos casos, tal concepto es la mejor definición del estado en que se encuentra la lucha antidesnutrición del país. Recortes presupuestarios, acciones insuficientes e interferencias clientelares siguen marcando el actuar de la Secretaría de Seguridad Alimentaria (Sesán).

“Sesán es una simple controladora de los índices, y no toma acciones; vamos a tomar acciones”, afirmó el 13 de septiembre del 2019 el aún presidente electo Alejandro Giammattei Falla para anunciar el cierre de esa entidad. “Diecisiete programas miran desnutrición en Guatemala, y los vamos a replantear todos”, agregó. “Nosotros llevamos tres años preparándonos para hacer un buen trabajo”, afirmó el entonces ministro de Salud designado, Hugo Monroy, quien dijo entonces estar en conversaciones con organismos internacionales para combatir la desnutrición crónica. Monroy fue ministro, y el flagelo subsiste. Hoy, está a cargo del programa de construcción de hospitales, de los cuales no se ha terminado ninguno y la Sesán sigue allí.

Ningún gobierno puede por sí solo acabar con la desnutrición, y por eso es sintomático que los candidatos y aún los funcionarios electos invoquen el tema como prioridad o más bien como pretexto para conmover y arrancar aplausos. Se necesita de una confluencia de esfuerzos del sector público, privado, ciudadano y cooperación internacional que no se diluya en los devaneos politiqueros o polarizaciones prejuiciosas que tan de moda se encuentran. El hambre se combate o se acicatea; los niños se salvan o mueren, esa es la única disyuntiva real.

Hay dos decesos confirmados de niños fallecidos por desnutrición este año. Y otros 34 “sospechosos”. La taxonomía viene porque estos no agonizaron por inanición, sino por males respiratorios, renales o infecciones que aniquilaron sus fisiologías, debilitadas por la carencia de alimentos. En otras palabras, también los mató el hambre; pero el tiempo de precampaña, con todo y delfín prestado, necesita tapar la muerte con un dedo.

Para mayor desdoro de las posturas intolerantes, soberbias y egolátricas, la fundación ultraconservadora estadounidense Heritage reportó las críticas del mandatario Giammattei Falla en contra del gobierno de EE. UU., de su actual embajador e incluso delató la posible intención de expulsar del país al programa de ayuda Usaid, el mismo que regaló 6.5 millones de vacunas anticovid y uno de los más activos en la cooperación alimentaria. Usaid apoya programas que no son solo asistencialistas, sino que promueven el desarrollo comunitario y el empoderamiento de las mujeres y comunidades para un futuro sostenible. Pero eso solo es posible cuando los políticos son sinceros innovadores, y no solo controladores de índices que usan el tema del hambre cuando les conviene.

ESCRITO POR:

ARCHIVADO EN: