Editorial
Solo una Biósfera Maya tenemos
La Biósfera Maya no es el único patrimonio forestal en riesgo, pero sí el más extenso y único de su tipo en el mundo.
Existe un clásico dilema citado en el estudio filosófico del conocimiento: Si un árbol viejo cae en un lugar remoto, en donde no hay ninguna persona que pueda atestiguar o percibir el suceso, ¿produce o no un ruido? ¿realmente cayó si no hay nadie allí para comprobarlo? Es una pregunta capciosa pero muy útil para ejemplificar el desinterés, la negligencia e incluso la malicia con la cual se aborda otro tema cuyos efectos todos percibimos ampliamente y cada vez con mayor fuerza: la conservación del patrimonio forestal protegido. A menudo se niega el avance de la destrucción de bosques, se desechan las denuncias por falta de “pruebas” o por no haberse encontrado depredadores madereros en áreas taladas.
En plena Semana Santa, el Consejo Nacional de Áreas Protegidas denunció la continuación de invasiones en la Biósfera Maya, en los parques Mirador Río Azul y Naactun Dos Lagunas, en los cuales existen amplias brechas de tala y quema, así como marcaje de árboles y terrenos efectuado por mafias locales e invasores desde el lado mexicano, que ponen en peligro el mayor tesoro natural del país. El objetivo de este atentado criminal es lucrar con maderas preciosas, vender parcelas ilegales y, por supuesto, albergar pistas clandestinas para el narcotráfico.
La pasividad de las autoridades de Defensa Nacional no es reciente. Desde su misma creación, en 1990, la Biósfera Maya ha estado sometida al asedio de bandas de saqueadores arqueológicos, madereros ilegales e invasores que buscan convertir la zona en fincas ilegales de cultivo o ganadería, todo un absurdo si se toma en cuenta que la utilidad de tales suelos alcanza, a lo sumo, cuatro años, debido a que su vocación es eminentemente forestal. Para colmo, los guardarrecursos tienen poco personal o equipo para detectar a los depredadores.
Es llamativo el silencio que mantienen al respecto tantos supuestos defensores de la soberanía y adalides de nacionalismos obtusos, quienes deberían reclamar con denuedo la protección del perímetro fronterizo, sobre todo en estas áreas que constituyen un patrimonio de potencial aprovechamiento en ecoturismo arqueológico, cultural y comunitario. Si se destruye el bosque no queda nada ni para los pobladores ni para el Estado. Los saqueadores obtienen un botín fugaz y luego van por otra zona a destruir. Urge detener tal industria en la cual, a menudo, se atisban colusiones de autoridades, dada la impunidad con que actúan.
La Biósfera Maya no es el único patrimonio forestal en riesgo, pero sí el más extenso y único de su tipo en el mundo. En otras regiones también hay daños por el avance de fronteras agrícolas, pero también por la reforestación con especies ajenas —por ejemplo, eucaliptos— que distorsionan el ciclo del agua. En montañas del centro, oriente y occidente del país se siguen talando bosques, a menudo con dudosos permisos. Fenómenos como El Niño, los desbalances de las lluvias y la creciente escasez de agua son efectos de aquellos bosques que nadie oye caer, excepto los leñadores furtivos.
Los poderes del Estado deben pronunciarse en repudio a la destrucción de la joya ambiental de Guatemala y emprender las acciones urgentes para frenar una catástrofe que arrastra a la población actual y futuras generaciones. El Ministerio Público, que tanto proclama la defensa de la soberanía, tiene una amplia tarea pendiente para detectar, detener y encausar a los responsables materiales e intelectuales de este ecocidio. Es penoso que autoridades argumenten haber acudido a las áreas de tala y no hayan encontrado a nadie. Quizá creen que, si no los ven ni los escuchan, no existen. Solo una Biósfera Maya tenemos, y debemos salvarla.