EDITORIAL

Sorteando el peligro

Guatemala sobrepasa este fin de semana los 9 mil fallecidos a causa del covid-19, una cauda mortal que se ha acrecentado en las últimas semanas a causa de una combinación de factores infaustos: las deficiencias de la vacunación, el ingreso de otras cepas del coronavirus y la relativa relajación de medidas de protección personal. Hace mucho se sobrepasó la mitad de municipios del país en rojo, según el semáforo epidemiológico; lamentablemente, más allá de la advertencia en algunas mantas vinílicas colgadas a la entrada de muchos de ellos, tal categorización no ha entrañado mayores niveles de prevención tangibles. Sin entrar en paranoias o psicosis alarmistas, es necesario, sí, ganar terreno para la precaución en el afán de evitar que siga la expansión pandémica.

Prácticamente no hay un guatemalteco que no se haya enterado del contagio de un familiar, un amigo, algún compañero de trabajo. La positividad en pruebas de detección ronda el 30% y la mortalidad se concentra en la población mayor de 50 años. Tal cuadro debe constituir un llamado a la reflexión y acción personal. Ya que las medidas del Gobierno adolecen de tantos fallos —por falta de dosis, limitada cantidad de vacunas disponibles a diario, desabasto en hospitales, comunicación oficial contradictoria—, al ciudadano de a pie no le queda más remedio que extremar cuidados, por amor a la vida y a su núcleo cercano.

La masiva locomoción turística motivada por el descanso de este fin de semana largo es un aliciente para las economías de provincia, y por ello se hacía inviable alguna restricción al desplazamiento. El respeto a los aforos, la desinfección constante y evitar las concentraciones de personas deben formar parte del cuidado familiar. Es necesario tomar conciencia de que nadie está exento de un eventual contagio y que los excesos de confianza en la propia suerte han conducido a muchas personas a la tumba. Quienes han padecido cuadros severos de esta enfermedad han compartido la angustia de los síntomas físicos, a la cual se suma la desesperación ante la incertidumbre de cabezas de familia en cuanto a quién cuidaría a sus hijos en caso de fallecer.

Pero no debería ser el temor, sino el optimismo, el que motive el refuerzo de precauciones. Las familias deben repasar sus prácticas benignas y corregir las temeridades, como una expresión de amor y cuidado mutuo. Algo similar debe acompañar los protocolos de las empresas, no solo para garantizar la integridad de sus colaboradores sino también la de sus consumidores.

Queda claro que la actividad productiva nacional debe proseguir en medio de las vicisitudes, pero más allá del golpe de timón que requieran las entidades gubernamentales, los guatemaltecos no pueden dejar su destino en manos de la fortuna o la casualidad. Existen en este momento más de 20 mil casos activos diagnosticados, a lo cual hay que sumar un subregistro de casos que no han sido confirmados, ya sea por falta de acceso a pruebas o por simple desconocimiento de ser portador. La tasa de incidencia de infecciones llega ya a mil 725 casos por cada cien mil habitantes: un nivel de riesgo demasiado alto como para actuar con displicencia o infundado alivio.

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