EDITORIAL
Tendencias de cultivos deben ser abordadas
A mediados del siglo XIX se derrumbaron las exportaciones de añil, tinte natural del cual Guatemala era uno de los grandes productores. El surgimiento de colorantes artificiales de telas, en los albores de la Revolución Industrial, colocó a la economía del país en crisis. En aquel momento se planteó el cultivo de café como una alternativa. Ya en el gobierno del doctor Mariano Gálvez, entre 1831 y 1838, se trató de incentivar nuevas plantaciones, pero pasarían casi cuatro décadas para una apuesta nacional decisiva que hasta la fecha persiste en manos de productores grandes, medianos y pequeños.
No obstante, la irrupción de nuevos productores y los cambios de hábitos o requerimientos de los usuarios tienen impacto en los precios globales, así como en los pedidos de grano guatemalteco. Si bien existe consenso sobre la calidad de muchos de los cafés cultivados en la tierra del quetzal, no toda la producción alcanza los mismos niveles de refinamiento. La pandemia impactó en los patrones de consumo de esta bebida. Al cerrarse oficinas y locales públicos, se siguió necesitando de un buen café por la mañana, pero a nivel individual o de pequeños grupos; se redujo la cantidad de pedidos, pero creció el gusto y la curiosidad por conocer nuevas variedades o formas de preparación.
La creciente competencia entre países productores por lograr más variedades de café gurmé se conjuga con otros factores coyunturales como la crisis por la guerra de Ucrania, que genera dificultades logísticas, pero también pone presión a las economías de países consumidores. A ello también se suman tendencias como la búsqueda de grano cultivado de manera orgánica y cuyo proceso de producción tenga sello ecológico o bien de responsabilidad social.
De no atenderse con una visión creativa estas tendencias, puede haber países que al cabo de una década le ganen terreno al aromático guatemalteco, que estará ante la disyuntiva de reinventarse o quedar a la saga. Las complicaciones domésticas de una caída en la demanda internacional pueden ser graves, sobre todo porque se estima que son unos 125 mil los productores de café en el país, de los cuales el 95% son pequeños y, por ende, no tienen otras alternativas inmediatas de cultivos. Trazar acuerdos comerciales específicos y apostar por mayor calidad del grano pueden ser componentes de una estrategia nacional de competitividad.
Un abordaje similar debe tener el cardamomo, cuyos precios internacionales se desplomaron de los Q10 a Q15 del 2020 a apenas Q2.50 en este año, lo cual no alcanza para cubrir los costos de los productores. Una de las causas de esta caída es el cambio de hábitos en India, el primer productor mundial, que antes dedicaba la mayor parte de su cosecha a consumo interno, pero ahora ha comenzado a exportarla precisamente a países que también le compran a Guatemala. La saturación del mercado hizo caer los precios. También hay una crisis inminente para decenas de miles de productores, pero sobre la cual el Gobierno todavía no se ha pronunciado con asertividad.
La macroeconomía también está en juego, debido a que ambos cultivos son fuertes generadores de divisas. No basta con trazar paquetes de ayuda alimentaria con fines electoreros, sino identificar tendencias alternativas de demanda de productos adecuados para las condiciones geográficas y climáticas del país, que posiblemente ya existen, así como el café en 1830, pero cuyo potencial, identificado a tiempo, puede convertirse en ventaja competitiva.