EDITORIAL
Tesoro bajo presión
Antigua Guatemala es la joya de la corona de los atractivos turísticos del país por su deslumbrante belleza colonial, proximidad a la capital, clima envidiable y entorno natural que aún permite hacer eco de las palabras del poeta Rafael Landívar, que la llamaba “delicia y amor de mi vida, mi fuente y mi origen”, y que elogiaba por su cielo, sus fuentes, sus plazas, sus templos y sus lares. “Paréceme ya distinguir el perfil de tus montes frondosos, y tus verdes campiñas regalo de eternos abriles”.
Pero del idilio a la pesadilla hay un corto tramo, empedrado por malas decisiones, gestiones de funcionarios que siguen el interés particular y no el bien común, incapacidades crasas, además de politiquería barata que a la larga sale muy cara. De no ser por la Ley Protectora aprobada en 1969, la ciudad monumento afrontaría un mayor deterioro. Si aún con la existencia de esa normativa se han cometido abusos imperdonables como la construcción de viviendas que no respetan el marco estilístico u omisiones crasas como la lenta restauración o consolidación de estructuras, solo cabe suponer con horror lo que ocurriría sin ella.
Una reciente polémica sobre un proyecto inmobiliario volvió a poner la atención pública en la necesidad de conservar el entorno cultural y ecológico del área inscrita en el polígono de protección, que incluye aldeas circunvecinas, pero a la vez en la urgencia de trazar un desarrollo viable y pertinente, guiado por un Plan de Ordenamiento Territorial que ya existe pero no ha sido asumido con seriedad.
Es en la confluencia de valoraciones, intereses e incluso ambiciones que termina formándose un vórtice que amenaza con tragarse la joya. Como Patrimonio Cultural de la Humanidad, Antigua Guatemala es mucho más que un pueblo o un distrito comercial, es un símbolo de identidad, un mosaico de encuentro multicultural en evolución y una insustituible máquina del tiempo que desafía a los siglos pero que necesita ser protegida cada día. Si cualquier proyecto amenaza, altera o pone en peligro el frágil equilibrio antigüeño, no hay conveniencia que justifique su aval.
En todo caso, si es necesario trazar una mejora y transformación de infraestructura para la prestación de mejores servicios y apertura de nuevas oportunidades educativas, productivas y creativas, se debe entablar un diálogo multisectorial serio y transparente, no secretismos en corrillos ediles o desde trincheras partidarias cavadas con intereses preelectorales y preconcebidos. La figura del Conservador se creó para tener una guía técnica de lo que puede o no hacerse en este entorno histórico.
El mencionado diálogo debe incluir a pobladores, académicos, historiadores y urbanistas con experiencia en joyas cuatricentenarias de otras latitudes. No sería espacio para protagonismos vacuos o exhibicionismos propagandísticos, y por eso mismo resulta más bien remota la posibilidad de que ocurra, pero debe plantearse. ¿Dónde crear un parqueo para posibilitar una Antigua más peatonal y amigable con los ciclistas? ¿En qué área cercana fijar el polo de desarrollo intelectual y educativo? ¿Cómo lograr que sobreviva otros 300 años con sus fuentes, sus campos y su volcán de memorias inmarcesibles?