EDITORIAL
¿Tierra de árboles?
Una de las etimologías más aceptadas sobre el nombre Guatemala es el término Quauhtlemallan, que significa “tierra de árboles”, dada la exuberante vegetación que caracterizaba a este territorio hace más de cinco siglos. Es un significado precioso.
En numerosos discursos oficiales se exalta la belleza natural del país, su riqueza arqueológica y su variedad climática. En cada toma de posesión presidencial se habla de proteger este tesoro. Sin embargo, la realidad ambiental resulta ser más bien una tragedia, debido a que este patrimonio dista de ser priorizado, protegido y defendido. Desde hace décadas es usual encontrar que unos cuantos guardarrecursos deben encargarse de patrullar cientos de kilómetros de zonas protegidas que solo lucen este adjetivo en el nombre. Vastas regiones se encuentran prácticamente inermes ante la incursión de narcoganaderos, invasiones agrícolas, taladores de bosques, cazadores ilegales y saqueadores arqueológicos.
La reciente temporada de fuegos forestales arrasó con cientos de hectáreas de vegetación en la Costa Sur, en la región montañosa occidental y también en las tierras bajas de Petén. No fue sino hasta que se llegó a un verdadero punto de desesperación que se destinaron más recursos para el combate, quizá uno de los más patrióticos que pueda existir porque se defiende el patrimonio natural de la irresponsabilidad, de la indiferencia o incluso de la perversidad.
Las excusas sobran, sobre todo si provienen de funcionarios incapaces, nombrados por amistad y evidentemente no por capacidad profesional. Al final de este 2019, quedarán menos bosques en el país, tal como ha ocurrido paulatinamente desde hace más de 40 años. De la cobertura forestal de aquel entonces queda menos de la mitad y, sin embargo, se sigue perdiendo a causa de la impunidad ambiental. Laguna del Tigre, Laguna de Lachuá o la Sierra del Lacandón son reservas naturales lentamente devoradas por la ambición o la inconsciencia. Son sitios de conservación en papel, pero áreas de irreparable destrucción de flora y fauna en una dantesca realidad.
Todavía quedan regiones de bosque tropical que son la última esperanza para mantener un pulmón natural en la región. Pero peligran. La cuenca del Mirador, en Petén; Manchón Guamuchal, entre Retalhuleu y San Marcos; Punta de Manabique y Cerro San Gil, en Izabal, pueden ser no solo áreas de preservación ecológica, sino de importantes desarrollos turísticos sostenibles, con beneficios para las comunidades, que a su vez tendrían oportunidades para un desarrollo distinto.
Para lograrlo se necesita una visión estructurada, integral, técnicamente cimentada y políticamente sostenida; se necesita de un ministro de Ambiente con conocimientos científicos y experiencia comprobada en Biología, Ecología o Geografía Social, pero sobre todo libre de conflictos de interés o afanes de protagonismo vacuo. Todo el Gobierno debe alinear políticas de Economía, Seguridad, Educación y Agricultura para salvar este tesoro. Es un compromiso con las futuras generaciones y con el mundo entero, pero sobre todo con el legendario y hermoso nombre de Guatemala.