EDITORIAL

Tragedia cultural de impacto global

En la memoria quedan las dantescas y dolorosas imágenes de las llamas que consumieron buena parte de la catedral de Notre Dame de París, tesoro cultural de la humanidad, joya del arte gótico, con más de 900 años de antigüedad, en un aparente accidente atribuido a un descuido en las tareas de reparación, pero cuya causa real será esclarecida por la fiscalía francesa, que ya anunció una exhaustiva investigación a fin de descartar la hipótesis de un acto terrorista, que fue una de las primeras en surgir ante tan conmocionante suceso.

Es de sobra conocida la altísima vocación cultural de la república de Francia, una nación con incontables tesoros históricos, artísticos y arquitectónicos, por lo cual su dedicación al cuidado de tal patrimonio es famosa a nivel mundial. Por algo se trata del país con mayor cantidad de turistas, con 90 millones el año pasado, de los cuales 30 millones estuvieron en la Ciudad Luz, su capital.

Es imposible equiparar la pérdida de Notre Dame a la de algún otro patrimonio del mundo, por más que se intente, sencillamente porque se trata de manifestaciones monumentales únicas del talento humano, pero sin duda es una de las mayores tragedias culturales de la historia, dada la antigüedad del edificio siniestrado y la aún desconocida cantidad de piezas artísticas perdidas.

La consternación fue palpable en el pueblo francés y en todo el mundo, sin distingo de religiones. El presidente Emmanuelle Macron prometió la reconstrucción, sin escatimar recursos, y la Organización de las Naciones Unidas para la Ciencia y la Cultura (Unesco) ofreció todo el apoyo necesario para lograr tal cometido, que no será fácil.

La vasta experiencia francesa en el manejo de patrimonio abarcaba también la prevención de situaciones tan catastróficas, pero aún así sucedió, por lo cual esta tragedia constituye un llamado de alerta a todo el mundo para redoblar el cuidado permanente de los bienes muebles e inmuebles.

Dada la religiosidad prevalente del pueblo guatemalteco, la infausta tragedia parisina no resulta ajena. Nos encontramos justo en la semana en que salen en procesión veneradas imágenes de nazarenos, dolorosas y sepultados, cada una de las cuales de rasgos irrepetibles, a lo cual hay que agregar que muchas tienen la categoría de consagradas, como consecuencia precisamente de la espiritualidad popular.

Guatemala posee, además, un rico tesoro prehispánico, colonial, republicano y moderno en templos, museos, casas de la cultura y otros recintos. No está de más que las instituciones a cargo de tales espacios revisen las medidas de seguridad para prevenir siniestros que, demostrado está, pueden reducir a cenizas la memoria de siglos.

Este cuidado se debe extender, por supuesto, a la prevención de vandalismo y robos. Cabe recordar que en 1983 una persona, con aparentes facultades mentales alteradas, intentó incendiar la imagen de Jesús Nazareno de la Merced, evidencia de lo cual aún se conserva la túnica dañada. En 1992, un incendio destruyó el altar mayor del templo Santa Clara, en la zona 1, y consumió la pintura de un Nazareno que fue venerado allí y de la cual era el único documento sobreviviente. En 2014 fueron robados en total impunidad seis óleos coloniales de Tomás de Merlo de la Ermita de El Calvario, en Antigua Guatemala, de los cuales no se tiene rastro a la fecha.

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