EDITORIAL

Tragedias en el lugar que debe ser más seguro

La inexperiencia, el desconocimiento y la ingenuidad son elementos que orillan a los niños a sufrir un percance, pero a lo anterior se suman, como un catalizador de probabilidades siniestras, el descuido, la irresponsabilidad y la displicencia de los adultos, que sí pueden advertir riesgos por tener mayor conocimiento de antecedentes y no pueden alegar ignorancia acerca de las situaciones que constituyen una amenaza para la integridad de los pequeños. Así como en el editorial de ayer se exponía el carácter previsible y no tanto “accidental” de incidentes viales, también puede existir dolo en ciertas actitudes de algunos padres, familiares o mayores de edad encargados de vigilar la exposición de menores a situaciones peligrosas, tanto para su integridad física como emocional.

Es lamentable el repunte de emergencias atendidas en hospitales públicos —y sin duda también en centros privados— en las cuales hay niños que sufren quemaduras, amputaciones y en ocasiones graves secuelas de vista y oído a causa de la manipulación de artefactos pirotécnicos sin la debida supervisión, o para los cuales tal vez no tengan la edad suficiente ni la plena conciencia del poder destructivo de los materiales inflamables. De manera alguna se trata de satanizar estos productos, pero su adquisición, almacenamiento y uso conlleva una enorme responsabilidad.

De poco sirven los lamentos, los cruces de señalamientos o las explicaciones de lo que se estaba haciendo al momento del siniestro. Ningún alivio aportan las recriminaciones o los regaños en la sala de urgencias ante una quemadura grave que puede llegar a poner en riesgo la integridad de una articulación o de un sentido vital.

Asimismo, hay percances causados por ollas de agua hirviendo, manipulación de estufas o por necedades de terceros, como ocurre en el caso de quienes disparan pistolas al aire en una absurda forma de celebrar que ya ha cobrado vidas. También ocurrió en fechas recientes que un individuo amenazó con pistola a unos pequeños que quemaban cohetillos y para amedrentarlos disparó en falso, pero uno de los proyectiles dejó herida de gravedad a una niña que ahora se debate entre la vida y la muerte.

También es preciso señalar el peligro de exposición de los niños a materiales de fotografía o video que pueden no ser aptos para su edad, aunque se encuentran con facilidad en internet. El problema es que ciertos padres equiparan el celular con una niñera y dejan a los menores usarlos durante horas. Incluso si no tienen contacto con contenidos inapropiados, la prolongada fijación de la vista en una pantalla puede ocasionar problemas visuales en los años siguientes.

Por último, y sin cuestionar los sentimientos nobles y festivos que genera la temporada de fin de año, también cabe resaltar una vez más la obligación de velar por la seguridad de los menores ante el riesgo de acoso o de violencia sexual, un deleznable crimen del cual cada año se reportan cientos de casos que dejan graves daños emocionales y psicológicos en sus víctimas.

El común denominador de estas situaciones es el exceso de confianza, el asumir que todo está bajo control cuando en realidad no se están vigilando todos los vectores de posible riesgo. Los menores tienen ángeles guardianes que deben cumplir su misión, pero no nos referimos a entes espirituales sino, en primer lugar, a sus padres.

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