EDITORIAL

Transformación y pandemia

Si le pidieran definir los “tiempos de pandemia” en una palabra, ¿qué diría? Para 98 millones de personas seguramente sea “miedo”, luego de confirmarse positivos de covid-19. Para los seres queridos de los dos millones de fallecidos en el mundo, posiblemente sea “dolor” o “tristeza”. Para los 54 millones de recuperados, quizás las claves sean “esperanza” u “oportunidad”.

Un crédito que pocos se dan dentro o fuera de esos tres grupos es el nivel de resiliencia que como humanidad alcanzamos todos. Desde marzo del 2020, nuestro mundo ciertamente dio un giro de 180 grados. En menos de 10 meses fuimos y venimos de la incertidumbre al agobio.

¿Qué tal si por una vez hacemos un inventario más de las luces y menos de las sombras que nos ha dejado la pandemia del coronavirus?

Sin ir más lejos, ayer, en las páginas de este diario, se habló del auge inesperado que en el 2020 experimentó la industria de vestuario y textil en Guatemala. Esto gracias a la rápida respuesta de las fábricas frente al alza sensible en la demanda de mascarillas, gorros y trajes quirúrgicos. De esa cuenta, el país logró manufacturar 90 millones de unidades, lo que generó divisas por más de US$48 millones.

Según una encuesta global de la firma McKinsey realizada a altos ejecutivos en el mundo, como consecuencia del covid-19, sus compañías han acelerado la digitalización de sus interacciones tanto con clientes como con sus proveedores, así como de sus operaciones internas en al menos tres o cuatro años. Incluso admiten que la cuota de productos disponibles por medios digitales o productos enteramente digitales en sus portafolios se ha acelerado hasta por siete años.

El mundo empresarial establecido aún veía el teletrabajo como una frontera lejana. Los ciudadanos del mundo tampoco adoptábamos la idea de la telemedicina y menos aún de un aprendizaje académico de tiempo completo por medios virtuales. Pero el coronavirus dispuso otra cosa, y henos aquí, sorprendiéndonos mutuamente de las destrezas, el compromiso y la ética de más personas que las que esperábamos.

Quizás el reto mayor esté en identificar cómo la transformación que trajo el covid-19 afectó el plano individual. ¿Qué duras verdades pusieron al descubierto las largas horas de tiempo compartido, por ejemplo, entre las parejas? Si vamos al plano familiar y retomamos la pregunta del inicio, ¿cuánto cambió su forma de interactuar con sus seres queridos?

Es invaluable el tiempo que el confinamiento nos ha regalado para conocernos, para observar y apreciar a cada uno de los que nos rodean. Notar los pequeños detalles, conversar, tomar una pequeña y reparadora siesta, cocinar, ser autodidacta, adoptar un pasatiempo, aprender algo nuevo, tomar un rápido café mientras cae la tarde, entre otras, son actividades que requieren de algo que la pandemia sí nos dio: tiempo.

Casi un año después, el coronavirus sigue poniendo a prueba al mundo, tanto para salvaguardar su salud como para mantener a flote su funcionamiento. No podemos controlar el comportamiento de un virus, pero sí podemos y debemos mantener alta la guardia, proteger nuestra salud y replantear su efecto en nuestras vidas.

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