EDITORIAL
Un control sanitario que se hacía imperativo
Una de las mayores amenazas para la salud personal, comunitaria, nacional y mundial se encuentra precisamente en las acciones infundadas, improvisadas y hasta imprudentes de individuos que se autorrecetan tratamientos farmacológicos sin contar con un examen clínico practicado por un médico graduado.
En algunos casos puede ocurrir por la dificultad de acceso a profesionales de la salud en comunidades apartadas, pero ni siquiera esto puede esgrimirse como justificación para el consumo antojadizo de medicamentos. Sorprendentemente existe una gran cantidad de personas con un nivel educativo alto y recursos suficientes que podrían buscar a un médico antes de decidir comprar antibióticos, pero deciden omitir este paso. Llegan incluso a buscar fármacos de alta gama que son considerablemente caros, para intentar tratar simples resfríos o irritaciones, sin darse cuenta del daño personal y colectivo que ocasionan.
Es peligroso consumir cualquier tipo de medicamentos bajo criterios extraídos de páginas de internet, anécdotas de otras personas e incluso por consejo del dependiente de la farmacia cantonal, sin conocer a ciencia cierta sus efectos secundarios, contraindicaciones, interacciones con otras sustancias o el impacto sobre cuadros crónicos como hipertensión, gastritis, asma y otros padecimientos.
En el caso de los antibióticos, las complicaciones van más allá del consumidor imprudente, puesto que al tratarse de medicamentos destinados a aniquilar determinadas clases de microorganismos infecciosos, su uso debe ser certero y controlado, pues de otra forma hay posibilidades de convertir en inmune a una bacteria, que pasa a convertirse en un peligro público sin fronteras. En los últimos años se han reportado varios casos de microbios resistentes a los antibióticos, lo cual hace prácticamente imposible una cura para determinados cuadros invasivos. Ejemplo de ello son las bacterias nosocomiales, cuyo contagio representa una sentencia de muerte, a menos que el organismo del paciente pueda generar suficientes defensas.
La disposición del Ministerio de Salud que prohíbe la venta de antibióticos en farmacias sin que medie una receta médica constituye una de esas medidas que debió haber sido implementada desde hace décadas, como una forma de protección social contra el involuntario cultivo de superbacterias. Los mecanismos de control establecidos parecen ser suficientes para poder poner coto a los abusos de la automedicación, pero sin duda son los ciudadanos quienes también deben colaborar con este cambio cultural. Así también el propio sistema público de salubridad deberá responder con eficacia en las épocas críticas cuando se disparan los casos de infecciones respiratorias, sobre todo entre los niños.
Desde 2015, la Organización Mundial de la Salud ha emprendido campañas para crear conciencia sobre la necesidad de controlar el uso displicente de los antibióticos. Porque si la Humanidad continúa fortaleciendo así a estos microscópicos enemigos, se seguirá incubando un apocalipsis sanitario sin precedentes, que haría retroceder al mundo a los tiempos en que no existían los antibióticos. Por ello es vital que las asociaciones de médicos, las facultades y los profesionales de disciplinas auxiliares, así como farmacéuticos y expendedores, sean orientadores y cumplidores asertivos de esta restricción.