EDITORIAL

Una nueva alianza es necesaria y posible

La divulgación del presidente de EE. UU., Donald Trump, de que su administración estaba prácticamente a punto de firmar el acuerdo para declarar a Guatemala como tercer país seguro y convertirlo así en un repositorio de migrantes en espera de asilo no solo desmiente las declaraciones de funcionarios del gabinete de Jimmy Morales, que negaban tal extremo, sino que pintan de cuerpo completo a una administración que estaba dispuesta a vender, si no es que a regalar, el suelo patrio, pues hasta el momento siguen sin conocerse los detalles de dicha negociación, efectuada en un secretismo que pasó de criticable a vergonzoso.

Las declaraciones del señor Trump estaban cargadas de molestia a causa de ver frustrada la que sería, quizá, la principal carta con la cual entraría a jugar en la carrera por la reelección. Por eso mismo resulta concurrente la medida dictada respecto del corte de ayuda económica a Honduras y Guatemala, pero el hecho de encajar en su abordaje radical del tema migratorio no quiere decir que sea lo más sensato, ni lo más conveniente, ni lo más estratégico incluso en medio de una crisis migratoria sin precedentes.

Según la visión del mandatario republicano, los problemas de los países de la región deberían quedarse encerrados en sus territorios. Tal perspectiva deja de lado el papel que EE. UU. ha jugado en la historia de estas naciones a lo largo del siglo XX. En Guatemala no solo toleró la larga dictadura de 22 años de Manuel Estrada Cabrera hasta que le resultó conveniente, después vendrían los experimentos mediante los cuales se inocularon virus a indigentes y personas con discapacidad física o mental entre 1946 y 1948; después vendría la confrontación de la Guerra Fría, en la cual las potencias pusieron las armas y Centroamérica, los muertos.

No existe en este texto ninguna intención de escocer heridas del pasado, pero cuando no se tiene una perspectiva historicista los problemas pueden parecer fenómenos aislados. Los procesos migratorios no son una situación nueva, ni tampoco lo son las condiciones de subdesarrollo social, educativo y económico de estas naciones. De hecho, el mismo expresidente estadounidense Bill Clinton pidió perdón por el apoyo que su país dio a la confrontación armada en los países del área.

Naciones como Guatemala poseen, a pesar de las vicisitudes, el potencial natural y humano para generar un mejor desarrollo, pero para que ello se consolide se requiere de más y mejores programas de apoyo, capacitación, educación y tecnificación. La inversión que el gobierno estadounidense ha aportado a Guatemala a través de sus agencias en las últimas dos décadas tiene numerosos frutos, sobre todo en el interior del país, pero si se cortan de tajo, a causa de una decisión poco meditada, la precariedad aumentará, el éxodo seguirá y EE. UU. le dejará la puerta abierta a otras potencias.

Cerrar la ayuda complicará el éxodo y llevará la tragedia a nuevas alturas, en detrimento del liderazgo moral de EE. UU. en el tema de defensa de derechos humanos e impulso de la democracia. Se necesita recuperar una alianza constructora de nuevas oportunidades de prosperidad. Si bien priva en el presidente Trump un discurso polarizante de cara a un proceso electoral, todavía es posible identificar sin lugar a error que la cooperación económica, la asistencia técnica y la inteligencia geoestratégica van más allá de cualquier espectro político y al conjugarse son más efectivas que desplegar miles de soldados, erigir un muro en el desierto o firmar un acuerdo avieso con funcionarios que actuaron a espaldas de los ciudadanos.

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