EDITORIAL
Una sola acción puede marcar la diferencia
Gisele quiere vivir. Es la niña de 2 años cuyo estado de desnutrición se reveló el lunes último y que tenía una neumonía sin atender debido a la falta de medios de transporte. El equipo periodístico que descubrió su caso en Zacapa la trasladó a un centro asistencial, en donde fue atendida y pudo superar el cuadro pulmonar agudo. Ahora viene una nueva etapa de recuperación nutricional. Su deseo de vivir y la labor del personal que la auxilió son una semilla de esperanza.
La valiosa selva tropical guatemalteca aún arde en el parque Mirador Río Azul. Es uno de los últimos focos de incendios y debe ser apagado. La lucha de brigadas forestales y la colaboración hondureña con aeronaves especiales lograron extinguir varios de esos siniestros deliberadamente provocados y cuyos responsables deben ser puestos a disposición de la justicia. Sin embargo, las horas de combate de todas estas personas contra las llamas son un poderoso testimonio de fortaleza, constancia y amor a la naturaleza.
En otra área petenera se descubrió a un fuerte grupo de saqueadores mexicanos de maderas preciosas. Elementos del Ejército cumplieron, sin aspavientos ni discursos, con su deber de defender las fronteras y recursos nacionales. Los detenidos contaban con maquinaria y habían abierto ya una enorme brecha en territorio protegido, lo cual agrava su delito. Soldados y policías que cumplen con su riesgoso trabajo en regiones donde el Estado está usualmente ausente ofrecen así un fuerte mensaje sobre el sentido del deber.
Silencioso, pero tremendamente inspirador, es el trabajo de tantos maestros que continúan con el ciclo escolar a pesar de las limitaciones técnicas, las distracciones e incluso la falta de horarios que a menudo multiplica las horas de trabajo, pues responden dudas o califican trabajos de estudiantes enviados por correo electrónico, redes sociales o mensajes digitales.
Son esos pequeños gestos, esos deberes quizá rutinarios, esas situaciones sutiles que fácilmente pueden pasar inadvertidas las que pueden convertirse en un verdadero manifiesto de responsabilidad, empatía, valoración de la dignidad humana. Quizá sea por ello que, con frecuencia, no se les valore o bien se descuide su práctica cotidiana, por lo que se hace necesario reconocerlos, retomarlos y multiplicarlos con el ejemplo.
Dentro de esos usos y costumbres que ha traído la crisis del coronavirus se encuentran las medidas de prevención y protección, de sobra divulgadas por todos los medios, pero que con el paso de los días pueden comenzar a pasarse por alto, quizá por un exceso de confianza: lavarse las manos con frecuencia o utilizar gel desinfectante, cubrirse la boca y nariz al estornudar o toser, utilizar mascarilla, guardar la distancia en espacios compartidos e incluso mantener la calma en toda interacción social pues la tensión colectiva puede detonar reacciones inesperadas.
Asumir de forma metódica tales prácticas es también una pequeña lucha que redunda en un beneficio mayor, no solo en lo individual sino sobre todo en lo familiar, lo comunitario y lo nacional. El riesgo de propagación aún sigue elevado y así lo evidencian las cifras oficiales. Prácticamente solo quedan dos departamentos sin casos confirmados de covid-19, por lo cual no se debe bajar la guardia. Pero, nuevamente, todo gran resultado depende de pequeñas decisiones significativas.