EDITORIAL

Unidos frente al dolor

Son inenarrables el pesar, la conmoción, el dolor y los lamentos por la tragedia del segundo socavón en Villa Nueva, en el cual perecieron Olga Emilia Choz y su hija Hellen Michelle Mejía Choz, cuyos cuerpos fueron recuperados la noche del viernes último, después de más de 70 horas de ardua tarea de socorristas y, sobre todo, gracias a los enérgicos reclamos de sus familiares, quienes advirtieron de que ellos mismos harían la búsqueda si las autoridades no emprendían esa tarea humanitaria.

La esperanza de hallarlas con vida era mínima pero alentadora. No fue así, pero terminó con ello una agónica incertidumbre que prevalecía desde el sábado 29 en la noche. Parientes de las víctimas clamaban sus nombres desde las rendijas de colectores cercanos al sitio de la tragedia: “¡Olga Emilia! ¡Michelle! ¿están ahí?” Esos nombres no deberían ser olvidados nunca por ninguna autoridad gubernamental, porque lo ocurrido no fue un simple infortunio al azar, sino un suceso precipitado por el insuficiente monitoreo del alcantarillado.

Más allá del reparto de responsabilidades, es necesario resaltar el testimonio de unión, fe y fortaleza de las familias Mejía y Choz, entre hermanos, primos, sobrinos, quienes no se movieron del área del desastre hasta que se logró el rescate. Todo el municipio de San Cristóbal Totonicapán y el país mismo se solidarizó con su pesar. La tragedia ocurrió cuando la familia regresaba de trabajar en la venta de ropa que instalaba en mercados cantonales; o sea que pudo ocurrirle a otras o a más personas.

En las honras fúnebres y el sepelio de Olga Emilia y Hellen Michelle hubo incontables frases y escenas que muestran alta estima y cariño. La ciudadanía en general se mostró impactada al revelarse que la joven se estaba preparando para festejar sus 15 años en este mes de octubre. No faltaron expresiones de aliento y plegarias al Creador por la cristiana resignación de los deudos, especialmente del señor Adolfo Mejía, esposo y padre de las víctimas, quien sobrevivió, no sin antes haber intentado rescatarlas, al punto de que sufrió lesiones en las manos por el desesperado esfuerzo realizado.

El sufrimiento de esta familia evoca el de más comunidades duramente golpeadas por las consecuencias de eventos climáticos, como el alud en El Cambray 2, Santa Catarina Pinula, en 2015, precisamente un 1 de octubre, o el deslave que sepultó parte de la aldea Quejá, en San Cristóbal Verapaz, ocurrido el 5 de noviembre de 2020. En ambos casos no fue posible recuperar los cuerpos de todas las víctimas y ambas áreas fueron declaradas camposantos.

A fin de cuentas, el gran llamado a la prevención de este tipo de tragedias recae especialmente en quienes ofrecen de todo para llegar a un cargo público, pero una vez en este consideran que la tarea se limita a cumplir con las apariencias y creen que la inercia es una prueba de que todo está bien. Desafortunadamente, estas suposiciones repetidas durante demasiados años han multiplicado riesgos, debido al desgaste de la infraestructura vial y sanitaria, que necesita supervisión y, eventualmente, remozamiento. Es tiempo de asumir responsabilidades totales o de exigirlas legalmente. Descansen en paz Olga Emilia y Hellen Michelle.

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