EDITORIAL

Urge actuar en Lachuá

La falta de planes de desarrollo turístico y social, la ausencia del Estado y las ambiciones descontroladas se conjugan para destruir en pocos meses lo que a la Naturaleza le ha tomado miles de años conformar.

A lo largo y ancho del territorio nacional aún existen tesoros acuáticos de inconmensurable valor, sobre todo aquellos que se encuentran enclavados en zonas forestales protegidas, una condición legal que ha constituido prácticamente su única defensa ante el avance de los invasores agrícolas o ganaderos, que a menudo son azuzados por grupos del crimen organizado que siempre están en busca de territorios desolados en los cuales desarrollar sus actividades ilícitas o construir pistas clandestinas para el trasiego de drogas.

La laguna de Lachuá, localizada en el parque del mismo nombre, en Alta Verapaz, constituye uno de esos enclaves cuya idílica belleza los convierte en destinos perfectos de ecoturismo sostenible y que deberían contar con mejores proyectos de desarrollo para que sean los propios pobladores quienes presten servicios comunitarios de alojamiento, alimentación y guía, pero a la vez para que se conviertan en los más confiables custodios de dicha reserva natural.

Desafortunadamente, la falta de planes de desarrollo turístico y social, la ausencia del Estado y las ambiciones descontroladas se conjugan para destruir en pocos meses lo que a la Naturaleza le ha tomado miles de años conformar. Alrededor de seis grupos integrados por 40 familias destruyen en este momento este Parque Nacional, violando leyes con total impunidad y sin que se emprendan acciones concretas y contundentes por parte de las autoridades de Ambiente, más interesadas en colocar condecoraciones anodinas que en proteger el patrimonio natural de los guatemaltecos.

Funcionarios del Instituto Nacional de Bosques señalan que el área talada tardará décadas en recuperarse y que los invasores cortan los árboles y venden la leña como si se tratara de su propiedad. Peor aún, buscan destinar los suelos a cultivos pero acarrean con ello desgracias adicionales para toda la región, puesto que tales terrenos, de origen kárstico, son de exclusiva vocación forestal y no agrícola, con lo cual podrán tener una o dos cosechas, pero luego se volverán estériles, además de empeorar el deterioro climático nacional, cuyos efectos son evidentes.

Todo el perímetro del Parque Nacional Laguna de Lachuá y el de otras zonas protegidas debe ser vigilado. Con las posibilidades tecnológicas actuales es factible hacerlo por satélite, a fin de identificar brechas de invasión para, entonces, destacar fuerzas policiales y militares como una prioridad nacional concreta. El Ministerio de Gobernación también peca por omisión, al dedicarse más a complacer agendas convenientes que a asegurar el respeto de los ecosistemas bajo custodia del Estado. Así también, el vigilante Ministerio Público debería tomar cartas en el asunto, pues no solo de casos políticos vive la justicia.

Lachuá es un cuerpo de agua de características únicas. Los expertos lo describen como una dolina inundada; es decir, una depresión en la roca calcárea sobre la cual el cieno y los sedimentos forman una capa protectora que impide su filtración. Esto mismo es lo que le otorga esa coloración casi mágica, que se complementa con un entorno forestal único. Pero se trata de una belleza frágil, que de no emprenderse acciones contundentes terminará en un recuerdo fotográfico, en un charco lodoso, en una tierra arrasada por el fuego y la indolencia.

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