Editorial

Urge ley de tránsito con buenos frenos

La creación de una ley de tránsito integral podría representar un freno a tanta inseguridad vial.

La Ley de Tránsito no necesita  más reformas, sino una reconstrucción integral y a la altura de los desafíos viales, productivos y de seguridad ciudadana; lo mismo cabe decir de las regulaciones al transporte de pasajeros y de carga.  La bajada de San Lucas a Mixco, en la ruta Interamericana, de nuevo se convirtió en  dantesco escenario de un percance vial. Un autobús sin frenos volcó: 22 pasajeros heridos y dos personas fallecidas, una de ellas era pasajera  y la otra,   peatón. El vehículo tenía llantas en mal estado, lo mismo que  los frenos.   

El jueves  último,  un tráiler y un picop chocaron en el kilómetro 159, en la circunvalación de Mazatenango; el 15 de abril, un camión sin frenos aplastó   un microbús en la carretera a El Salvador, con la consiguiente cauda de víctimas mortales.  Y podrían llenarse muchas páginas de este medio con las referencias de sucesos viales de este año. La imprudencia, la ebriedad, el abuso de velocidad, la distracción por celulares,  impericia y, por ende, l falta de aptitud para tener una licencia figuran entre los factores causantes de graves lesiones y muertes.

Si bien no sería una panacea, la creación de una ley de tránsito integral, actualizada, preventiva y a la vez sancionatoria, con un nuevo modelo de calificación para licencia y conductor, podría representar un freno a tanta inseguridad vial. Se debe reconocer también que existen aspectos claramente estipulados en la norma vigente que no son suficientemente exigidos por las policías de tránsito, excepto cuando llegan las vacaciones de Semana Santa o las fiestas de fin de año. Los accesos y calles metropolitanas tienen una saturación creciente de automotores  de todo tipo, pero los vehículos no se conducen solos: hay alguien responsable tras el volante. O al menos se presume eso. 

De muy poco sirven a la seguridad vial los retenes de cobro municipal de multas, a menudo impuestas por cámaras automatizadas, sin notificación ni mayor posibilidad de apelación, excepto para las arcas de la comuna que los pone en práctica. Se sanciona el abuso de velocidad, lo cual es correcto, pero se dejan fuera acciones peligrosas, cotidianas e  impunes que tarde  temprano se hacen trágicas: pasarse la luz en rojo —especialmente los motoristas, que parecen incontinentes ante un alto—, conducir de noche sin luces frontales o traseras, rebasar en curvas o tramos restringidos, detenerse antojadizamente con el pretexto de encender luces de emergencia, sobrecargar vehículos o conducir con negligencia, como ocurrió en la zona 14, donde colisionaron dos autos deportivos de alta cilindrada, carísimos, cuyos pilotos deben ser potentados pero ineptos.

Pero la necedad está en todos niveles.  Ayer se hizo viral un video de taxistas piratas saltándose la fila, avanzando sobre aceras de la calzada San Juan: una transgresión que también cometen motoristas, en una impunidad continuada que acrecienta el caos. Ya no se pregunta si  sucederá un percance, sino cuándo viene otro. Ello se debe al anonimato en el que se mueven muchos terroristas viales. Si sus licencias de conducir estuvieran sujetas a perder puntos e incluso a ser suspendidas al acumularse infracciones, los efectos tendrían nombre, apellido, número de identificación; es decir, consecuencias personales.

Las regulaciones a la velocidad del transporte de personas y de carga quedaron en el limbo. Las revisiones de unidades para la extensión del seguro obligatorio  deben ser auditadas y cuestionar cuántos buses cuentan con  póliza.  En todo caso, también las iglesias, las universidades, las propias empresas pueden empezar a incluir la promoción del civismo vial entre sus adeptos.

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