EDITORIAL

Vergonzosa herencia sí tiene nombre

Con frecuencia, para expresar indignación, rechazo o pena por alguna situación escandalosa se dice que “no tiene nombre”. Y en efecto, los malos resultados de Guatemala en la evaluación de comprensión lectora y habilidad matemática a estudiantes de 3o. y 6o. primaria, efectuada por la Unesco a escala latinoamericana, aunque confirman una dura y dolorosa verdad, no dejan de causar nuevo sobresalto, por sus implicaciones para el futuro del país.

Tal deterioro en la calidad del aprendizaje se registra desde hace varios años, pero a la luz de los resultados es necesario reconocer que muy poco se ha logrado avanzar. Existen esfuerzos, sí; existen iniciativas, sí; existen educadores con altos valores y afanes de innovación, sí, pero también hay enormes barreras de intereses, de conveniencias y también de ambiciones perversas que impiden una corrección del rumbo. Lo más grave es que, a la larga, toda la nación paga la factura del rezago, pues tan solo una fracción de estudiantes y futuros ciudadanos contará con las herramientas cognitivas, las habilidades prácticas y las destrezas intelectuales para labrarse un mejor porvenir.

Muchos no lo ven ni lo quieren ver desde su acomodo inercial, pero el rezago educativo en Guatemala, en todos los niveles, constituye una herencia abyecta que pasa de una generación a otra, cada vez con mayor perjuicio. La suspensión de asistencia a las aulas por la pandemia agravó la brecha. La deserción escolar creció por causas económicas, dificultades de conectividad o simple desidia, pero sigue sin cuantificarse. Es urgente trazar una cifra del impacto, pero a las autoridades les interesan más las apariencias virales que las realidades.

A la baja calidad del aprendizaje, la prevalencia de modelos memorísticos y la mala infraestructura se sumó la dispersión de los contenidos y la laxitud en las evaluaciones. Por si eso fuera poco, el Ministerio de Educación prácticamente obliga a planteles privados a “hacer ganar” a estudiantes que no lograron los niveles adecuados en exámenes, toda una invitación a la mediocridad, que en realidad no les hace ningún favor ni a los alumnos ni al país, pues pasan al siguiente grado sin la base necesaria de conocimientos.

La historia educativa del país tiene grandes nombres, de maestros, pedagogos y gobernantes lejanos que trazaron visionarios planteles, paradigmas didácticos integrales, formación y dignificación docente sin chantajes. Tales horizontes fueron arrasados en los últimos 40 años por la brutalidad del conflicto armado, las traiciones politiqueras, los sindicalismos vendidos y el acomodamiento de grupos que ven en la docencia una plaza fija y no un apostolado que puede sacar a Guatemala del abismo.

Quedar en penúltimo o último lugar continental en Lectura y Matemática en el país de un Nobel de Literatura, de eminentes científicos, médicos, físicos e ingenieros es una vergonzosa paradoja que sí tiene nombre: el de ministros y mandatarios que canjearon la calidad educativa por masas sordas y ciegas de apoyo distractor. Tiene el nombre del graduando que se postula a una plaza laboral con escaso vocabulario, sin saber resolver una ecuación simple, sin saber inglés. Tiene el nombre de propietarios de planteles a quienes les preocupa más el ingreso de cuotas que la mente de niños y jóvenes. Es una vergüenza que tiene nombre de dirigente magisterial que ni ejerce ni deja ejercer con decencia la misión de construir un mejor futuro.

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