SIN FRONTERAS
El “raite”
“Oiga, paisano. ¿A cuánto el raite para la Walma en Lei-Wor?”
– “Está caro. La Ley anda en cada luz, y no puedo tomar el Chobi”.
El español que predomina en el Norte, allá, entre la cultura migrante latina, es una tortura para los que aún creen en la pureza de los idiomas. Y es que, ciertamente, el cuidado de la lengua de Cervantes no ha sido el interés primordial de nuestros audaces colonizadores. Una vasta comunidad existe cuajada entre costa y costa, que altiva habita en cultura, bajo la bandera del Tex-Mex. Primariamente, esta supuso una mezcla entre lo tejano y lo mexicano. Pero otros se han incorporado a ella, con espontánea naturalidad. Entre ellos, ladinos e indígenas guatemaltecos. Se ha formado un gran concepto, dentro del que muchos encuentran cabida. Se llaman La Raza. La Raza es mexicana; y también centroamericana, caribeña, y por ahí se cuela más de algún sudamericano. Y en su jerga, cabe toda acomodación posible del idioma de los locales anglos. Ampliamente conocidos, hay muchos ejemplos. Las “pipas”, digamos, del inglés “pipes”, para hablar de las tuberías; o las “carpetas”, que les parece un tanto más propio, que esputar un vocablo tan formal como lo sería la “alfombra”. Odioso como pueda parecer para rígidos y puritanos, aquí encontramos términos valiosos para un pueblo que vive proscrito. Buscado con esmero entre el glosario emergente, comparto hoy el “raite” o “raid”: un término exquisito, un ingrediente de sobrevivencia. Lo usa aquél que tiene prohibido conducirse por el país de las carreteras; un país donde conducirse es indispensable para vivir.
Escuché por primera vez hablar del tal “raite” en un Consulado Móvil en Delaware, hace muchos años. Por medio de estos eventos, los gobiernos hispanos se jactan de acercar sus servicios a sus respectivas poblaciones. Bajo esa noción, creí hasta entonces, que le sería sencillo a cada visitante acudir. Total, éramos nosotros quienes nos acercábamos a ellos. Ese día, actué como voluntario para ayudar al equipo consular en la atención de la masiva concurrencia. Mi tarea era recibir a cada usuario y verificar si reunía los documentos necesarios para su trámite. Entre tantos que fracasaron, recuerdo a una particular señora. Encolerizada, por darse cuenta de que su viaje había sido en vano, me reclamó: “Imagine ¡para venir aquí, solo de “raitero” me salieron $300!” –“¿Raitero?” me quedé pensando. Estaba ahí, intentando auxiliar, sin conocer siquiera el lenguaje del grupo afectado.
Hace falta poner más atención a la nueva civilización del Norte; en sus idiomas, sus modos y formas. Porque la cultura que emerge es distinta a la de los países de origen. Un movimiento vivo, necesario de entender para la formulación de las políticas. En cuanto al idioma, este no ha sido el caso. El Gobierno, que formula constantes mensajes supuestamente dirigidos hacia esa comunidad, usa un lenguaje más apto para reyes, presidentes, condes y otros notables sujetos de la diplomacia mundial.
Con poco temor al yerro, digo que esta era migratoria origina un fenómeno de mutación en una esfera del idioma español. ¿Se crea un nuevo dialecto, o –por qué no- un nuevo idioma? Muchos lo juzgan de incorrecto, pero ¿acaso no es así como han surgido los idiomas? ¿Cómo afectan los aspectos sociales la transformación de la lengua en las comunidades migrantes? Y ¿puede el Estado usar esto para elevar la calidad de vida? Son preguntas fundamentales, y quedan abiertas para los estudiosos de la sociolingüística. ¿Alguien en el país se anima?
Dejo un glosario para despejar dudas del texto que inicia este artículo. Por hoy, es todo. Adiós, mi raza.
Raite: Jalón / Walma: Walmart / Lei-Wor: Lake Worth / Ley: La policía / Luz: Semáforo / Chobi: HOV. Siglas para carril de uso compartido
@pepsol