SIN FRONTERAS
Imaginar al país desde la zona 10
Del hotel donde estaba no hay mucho que hablar. Dirigido hacia un público corporativo, es inevitable ver en sus nuevas instalaciones un toque plástico, del que no se libra ni con cirugía extrema. El abstracto maquilado, colgado en la pared; el jardín vertical artificial, que simula hojas frescas; y los toques de madera sintética en color rojo cerezo. No deja uno de imaginar que del mismo lote de esa madera salieron otros cargamentos para algún hotel de la misma cadena, en lugares como la misteriosa Yakarta, el alegre Río, o hasta Dubái, el millonario. Me toca esperar en el área de café a unos reporteros gringos. Por olas vienen estos días a buscar historias sobre la migración hacia sus países. La historia, en este caso, ya la tienen ubicada. Por cinco días iremos a las faldas de un volcán en San Marcos, donde una familia vive en muerte la separación por las políticas de Trump. Ciertamente, los años me han quitado la capacidad de tomar café. Ahora, en horas de la tarde, no acostumbro a más de uno. Pero ese día había llegado temprano. Una segunda taza fue en mudo la testigo de otra conversación frustrante con la gente en mi entorno, que —siento— no hace esfuerzo por conocer el país más allá de las burbujas a las que se limitan.
Fácil para charlar con quienes no conozco, enganchamos en plática ligera con la pareja de la par. Y por un momento, sus ojos encendieron cuando supieron a quiénes esperaba esa tarde. Sospecho que pensaron que los periodistas vendrían a cubrir alguna noticia positiva: lo lindo del sol en Guatemala, lo azul de nuestro cielo o, por qué no, lo elegante que había quedado ese hotel donde estábamos. Y claro que percibí su decepción cuando escucharon que lo que interesaba a los gringos era una historia en occidente, en la más remota de las aldeas. Y filmarían otra tragedia de dantesca dimensión. Juro que no fui yo quien lo buscó, pero uno de ellos tomó la oportunidad para expresarse sobre política. Un tipo conservador, graduado de universidad privada, trabajaba en un puesto medio para el sector privado. Católico y residente de la zona 16. “El país no se construye con manifestaciones, sino con trabajo”, dijo, entre otras consignas de la derecha capitalina, sobre el paro nacional que demandó el fin del gobierno actual y que cobró especial auge en las ciudades departamentales.
Los periodistas llegaron, y finalmente la visión de ese interlocutor fue la primera que conocieron de una persona local. Asombrados sobre sus posiciones, fue difícil intentar explicar cómo una propuesta política —como luchar contra la corrupción e impunidad— puede tener tanta resistencia entre capas que no son beneficiarias directas de un sistema corrupto, sino más bien son víctimas de él. Y quizás sin darse cuenta, pues un Estado dedicado al robo no aborda los problemas que le afectan. En fin, quisiera uno decir que pláticas como esa son intrascendentes. Pero no lo son, pues en el importante sector profesional urbano abunda esta forma de pensar que no cuestiona, no explora, y que se encierra en lo que le ofrecen las iglesias, el sector económico organizado, y los interminables políticos de turno.
Triste confesarlo, pero este 20 de septiembre me costó encontrar con quién ir a manifestar. Entre los amigos de colegio, universidad, y algunos círculos familiares, escasean interlocutores afines en pensamiento. A ellos las historias como la que investigaron esos periodistas gringos simplemente no les interesan. Es como si el paupérrimo país que emigra no existiera. Viven en burbujas plásticas, como las hojas artificiales que decoran ese café. No es por justificarlos, pero la verdad es que adentro de ese hotel, en la zona 10 capitalina, el resto del país no se imagina.
@pepsol