EDITORIAL

Inclinación a vivir al borde del límite

El guatemalteco se caracteriza por vivir al filo del peligro, algo que se comprueba constantemente en lo laboral y en muchas otras actividades del ámbito social. Las tragedias recurrentes son uno de los ejemplos más tristes de esa cultura, en donde casi siempre se constata que muchas de las advertencias acerca de los peligros son ignoradas, en muchos casos porque no es fácil para un inquilino cambiar de residencia, aunque son las autoridades las que más incurren en irresponsabilidad.

Desafortunadamente no es solo en este tipo de situaciones que se observa esa indolencia, pues hay muchos otros ejemplos en los que incluso sería más fácil tomar medidas preventivas para evitar males mayores. Este es el caso de la administración de los recursos públicos, donde los funcionarios actúan con mayor irresponsabilidad, a sabiendas de que no son las mejores decisiones las que toman, porque saben que son otros los que pagarán las consecuencias, como ocurre cuando se adquieren deudas muy difíciles de pagar.

Guatemala, una vez más, está al borden de romper el equilibrio entre la generación de ingresos y lo que se gasta, porque los primeros son insuficientes y la burocracia simplemente se concentra en atender compromisos políticos, creando un peligroso desbalance que pone en riesgo la implementación de muchos otros proyectos o programas sociales. Hasta ahora queda claro que el país no percibe los recursos suficientes para implementar un plan de gastos más equilibrado.

Lejos de eso, en cada campaña política, como ocurre ahora mismo, los aspirantes muestran una completa ignorancia, o mala fe, acerca de los compromisos que el país contrae, y en vez de mediar u ofrecer acciones convincentes sobre esas irregularidades, se muestran voraces para que la disposición de recursos no se reduzca. Eso puede darles un alivio temporal, mientras dura su gestión, pero para el resto del país el futuro se torna más aciago, pues aun aquellos que ni siquiera han nacido tendrán que asumir una parte proporcional de ese endeudamiento.

Uno de los mayores problemas de ese nefasto modelo de vivir gastando lo que no se tiene es que se destina la mayor parte de los ingresos al pago de deuda y al funcionamiento, para el mantenimiento de una burocracia que no funciona, lo que implica que la inversión para el desarrollo de infraestructura es marginal. Eso también tiene repercusiones negativas en el desarrollo del país, pues difícilmente cuando los montos destinados a la inversión son marginales logran algún efecto positivo en estimular el crecimiento económico y mucho menos un desarrollo sostenido.

Nuestras cuentas nunca van a cuadrar si continuamos viviendo a base de préstamos, lo cual se evidencia cuando se desglosa la asignación de recursos que se obtendrían por la vía de emisión de bonos, donde se estima que el 72 por ciento se destina al pago de deuda. Una matemática perversa que solo puede tener efectos nocivos, pues es lo que tiene que ocurrir cuando aumentan los gastos y el endeudamiento, mientras los ingresos no disminuyan. Así, lo único que puede crecer es el número de guatemaltecos endeudados.

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