EDITORIAL
Inconsciencia con el entorno
Cuando ocurre una tragedia en la que se lamenta la pérdida de vidas humanas, invariablemente se concluye que pudo haber sido evitada y afloran muchas otras falencias sociales. Hay otros dramas que son mucho más evitables y que requieren un mínimo de participación de autoridades, empresarios y pobladores para cambiar el curso de los acontecimientos.
Este es el caso de la relación que muchos guatemaltecos tenemos con la mayoría de nuestros ríos. Hace poco causaron cierto revuelo las denuncias que hizo el alcalde de Omoa, Honduras, cuyo municipio es uno de los más afectados por la enorme carga de basura que arrastra hacia el Atlántico el río Motagua, un afluente histórico que se ha convertido en desagüe.
Esa es una irresponsabilidad en la que incurren todos los sectores y principalmente aquellos que tienen algún contacto directo o cercano con ese afluente, porque se ha convertido en la vía más fácil para deshacerse de todo tipo de desechos, sin medir las consecuencias del daño que se provoca y que ahora alcanza ribetes que, de no corregirse, pueden terminar en una demanda internacional contra Guatemala.
Lamentablemente, no es el único caso, como lo evidencia un reciente informe presentado por el Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología, que analizó las condiciones en las que se encuentran 15 ríos del país y determinó que solo en dos de ellos no se encontraron cantidades significativas de contaminantes.
En los otros 13 caudales hubo hallazgos de bacterias producidas principalmente por las comunidades que habitan en las riberas y por empresas que los utilizan como vertederos de sus desperdicios. Algo que además aumenta en la medida en la que crece la población y la actividad industrial, todo lo cual ocurre bajo mínimas exigencias para su funcionamiento.
Un altísimo porcentaje de autoridades locales tampoco se ha esforzado por implementar plantas de tratamiento de agua, porque esas son obras que no generan simpatía, aunque las consecuencias se ciernen como una terrible amenaza sobre los principales suministros. En cambio se observa una sospechosa proliferación de instalaciones deportivas, sin que eso se refleje en un mejor rendimiento a escala nacional.
Aunque el estudio del Insivumeh revela resultados desalentadores, debe anotarse que estos son insuficientes, que son apenas una muestra de lo que acontece y que más bien son una señal de alarma por ese deterioro, pues la institución no cuenta con recursos para profundizar en sus investigaciones y ni siquiera para determinar la presencia de otro tipo de contaminantes.
La conciencia nacional debe dar un salto cualitativo en la búsqueda de un mejor entorno, para evitar escenas tan vergonzosas como las que se observan en la desembocadura del río Motagua.
Las autoridades ambientales y sanitarias deberían ser mucho más exigentes con el cumplimiento de normas mínimas para reducir la contaminación, pero también para reconocer a autoridades y empresas que contribuyan de mejor manera a la construcción de un ambiente más amigable.