EDITORIAL

La religión en actos políticos

Debe ser motivo de comentario la participación del presidente Jimmy Morales en un acto religioso, el miércoles, y su discurso en el cual desbordó sus emociones al llorar y hablar de tal manera que era imposible saber si lo hacía en calidad de presidente, líder evangélico o miembro de alguno de los tantos grupos confesionales existentes en el país gracias a la libertad de cultos.

Todo acto en el que participa un presidente o un candidato se convierte en político. Lo es, en esencia. Si se trata de una reunión académica, se vuelve político-académico; si quienes se juntan lo hacen para orar, resulta político-religioso. Si el gobernante nunca ha tenido una participación directa en lo confesional, esa presencia puede ser explicada como una de las muchas actividades relacionadas con el cargo por el que luchó políticamente. Pero ese no es el caso del actual mandatario.

Jimmy Morales desde el principio de su corto y tan controversial mandato se ha dado a la tarea de implorar a Dios cuanta vez puede. Cabe señalar que varias personas le han advertido del riesgo de hacer esto en un país en el que no solo existe libertad de cultos, sino el Estado es laico. Ello no lo convierte en ateo ni antirreligioso, sino simplemente separa actividades que no deben mezclarse.

Las imploraciones como súplicas a que haya una intervención divina puede ser que tengan efecto en reuniones exclusivamente religiosas. Cada quien es libre de creer como lo desee o como lo hayan convencido. Pero están fuera de lugar en casos como la participación presidencial hoy comentada, porque tuvo un efecto contraproducente contra él, expresado por mensajes de redes sociales que utilizaron citas bíblicas para descalificarlo, lo cual solo se debe a haber predicado mientras ejerce el cargo de la presidencia del país.

En las presentaciones oficiales de un presidente no conviene pedir la intervención de Dios para que otorgue ayuda para ejercer el cargo. Algo distinto es si en un domingo el funcionario va a la iglesia a la cual pertenece y no habla en público. Aun así, debe ser en medio de discreción total, sin escandaloso acompañamiento de agentes de seguridad. Por eso parte de la tarea debe ser el alejamiento temporal de la práctica religiosa, para evitar la innecesaria exposición a riesgos. Nadie puede criticar esta decisión, una consecuencia de los difíciles tiempos que corren.

Otro efecto innecesario de la prédica del miércoles fueron los señalamientos de que se trataba de una actuación teatral, con mímica. El poco natural movimiento de manos de Morales ha sido ya motivo de mofa en las redes sociales, lo que por otra parte constituye una forma muy discutible de criticar, a causa de las posibilidades muy claras de que no sean producto de acciones planificadas con fines políticos.

La principal razón por la que no se debe mezclar a Dios con la política se refiere a que las decisiones sobre quién acompaña en la tarea siempre resulta motivo de señalamientos. Entonces, valdría decir que Dios no aconseja bien, lo cual cae en el campo de lo absurdo. En resumen, el presidente Jimmy Morales debe comprender cuál es su verdadero papel. En vista de su inexperiencia y desconocimiento políticos, estas sugerencias debe considerarlas como lo que son: una desinteresada guía para evitar que fracase.

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