CATALEJO

La solidaridad de los chapines

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MAÑANA ES UNA FECHA histórica importante para Guatemala, por muchas de sus lecciones: la precariedad de las construcciones mayoritarias, el conocimiento de los permanentes riesgos telúricos, y de hechos relativamente breves pero capaces de paralizar el país, y así toda una larga serie de acontecimientos de mucha trascendencia. Sin embargo, al analizar las acciones de los ciudadanos desde el momento del derrumbe de paredes, techos, etcétera, hasta varias semanas después, permiten pensar con certeza acerca de la solidaridad despertada en cada uno. La magnitud de la tragedia fue notoria al nomás salir a las calles, y ello provocó una espontánea actitud de solidaridad y al mismo tiempo de disposición de ayuda.

UNA TRAGEDIA DE ESA magnitud es el escenario perfecto de anécdotas de acciones y decisiones importantes e individuales. En mi caso, al salir a las 3.15 de la mañana para ir a un recorrido de casas de familiares, mi primera sorpresa fue cuando los focos de mi carro no registraron a uno de los edificios del Liceo Javier. A pocas cuadras, las calles aledañas a la avenida Bolívar estaban cubiertas por los restos de las casas. Ver a personas aterrorizadas, algunas sin ropa, así como su rostro horrorizado, me convencieron. Mis padres y suegros estaban bien, ilesos. Los vecinos de ellos, muchos sin conocerlos, estaban allí preguntando si estaban bien y ofreciendo cafecito, mientras tapaba mucho el estrellado cielo de esa noche una oscura nube de polvo de adobe destruido.

LA MAÑANA SIGUIENTE AÚN no había luz ni agua. Fui a poner gasolina al carro en una estación de la avenida Elena y 9ª calle, cuando de pronto alguien dijo: “Compremos sólo dos galones para que alcance a más gente”. Todos obedecimos. Luego, los hombres ofrecieron a las señoras ayudarlas con sacar la gasolina, tarea difícil porque a causa de la falta de electricidad debía hacerse a mano. La fila para comprar en una panadería de la zona uno era ordenada, también con “auto-ración”. Vi varios picops transportando personas a los lugares donde podían curarlas. Se me ocurrió comprar dos rollos de alambre telefónico para luego colocarlo en los teléfonos en las casas para permitir a los habitantes comunicarse sin entrar.

EL VOLUNTARIADO FUE impresionante. Sólo vi ejemplos en la capital, y uno en Chimaltenango me sorprendió. Una fila de unos cien —o un poco más ciudadanos, sobre todo campesinos—, vaciaron en poco menos de 15 minutos un gigantesco helicóptero Chinook estadounidense, cuya carga había necesitado casi una hora colocarla. Se pasaban de mano en mano las cosas y era impresionante ver la velocidad de desplazamiento de los víveres. Este es uno de los miles de ejemplos anónimos e inmerecidamente olvidados ocurridos en todo el país. Observé a una anciana chimalteca ofrecer la mitad de su agua a un soldado a cargo de un patrol, con la cara y pelo cubiertos por la arena producida por el adobe cuando es destruido.

LAS ANÉCDOTAS SON MUCHÍSIMAS y muy variadas, y por eso me parece buena idea convocar a recibirlas, escritas por sus protagonistas, a un correo electrónico creado para el efecto. Es importante hacerlo, porque ese terremoto es historia antigua para, por lo menos, la mitad de la población, y también para un porcentaje similar de los actuales adultos. Se debe construir o completar esa parte de la historia, porque está relacionada con lo social, lo económico y lo político, lo cual provoca el desinterés existente. Conocer estos hechos ayudan a entender el entorno histórico de la coyuntura nacional de entonces y compararlo con la de hoy en día. Un hecho es claro: todos los guatemaltecos sobrevivientes de entonces tienen historias dignas de conocerse.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.