Leyendo la Biblia

Es en estas ocasiones que considero tan importante la frase de Jorge Santayana: “Quienes no recuerdan el pasado, están condenados a repetirlo”. El cristianismo sufrió durante más de un milenio la pesada carga de unir las creencias religiosas con el poder político. Corregir ese error costó siglos, guerras, vidas, rencores, divisiones. Afortunadamente, desde hace un par de siglos cuajó en Occidente la idea de la separación entre Iglesia y Estado, así como la defensa del derecho de cada persona a creer en lo que quiera creer, por absurdo que nos pueda parecer a todos los demás.

Como ya lo comenté en un artículo anterior, este es un proceso por el que todavía no ha pasado el mundo musulmán, lo cual es una de las principales razones detrás de los conflictos actuales. Quiero creer que tarde o temprano ellos pasarán por un proceso similar, pero eso puede llevar todavía siglos.

No puede haber nada peor para el cristianismo que abrir nuevamente la puerta para la injerencia del Gobierno en las creencias de las personas. De todas las funciones —que no le corresponden—  que se han atribuido los gobernantes, esta es la peor.

Creer que se debe implementar porque ahora es una propuesta que nos puede parecer “buena” es la más grande ingenuidad. La única garantía que tenemos de que los gobernantes no nos quieran imponer una forma de pensar   es defender el derecho que todos tenemos de creer lo que queramos y que el Gobierno no tiene ninguna potestad de violar ese derecho. Defender este derecho solo cuando a uno le conviene denota una visión cortoplacista que tarde o temprano se volverá en su contra.

A estas alturas del partido ya deberíamos haber aprendido que no podemos vivir en paz en una sociedad si tratamos de imponer nuestra forma de pensar a los demás, mucho menos si intentamos utilizar el poder público para hacerlo.

Si queremos que los demás se acerquen a nuestra forma de ver la vida, sea esta religiosa, política, económica o de cualquier otra índole, debemos hacerlo a través de la persuasión y no a través de la imposición. ¿O qué?   ¿no aprendimos nada de la sabiduría popular: “A la fuerza ni la comida es buena”?

@jjliber

ESCRITO POR:

Jorge Jacobs

Empresario. Conductor de programas de opinión en Libertópolis. Analista del servicio Analyze. Fue director ejecutivo del Centro de Estudios Económico-Sociales (CEES).