ALEPH

Lo simbólico, lo real, lo militar

|

Cuando Otto Pérez ganó las elecciones del  2011 compartí con algunas personas una preocupación: que la vuelta de un militar de alto rango a la cabeza del Estado podría implicar una amenaza para la Guatemala de la posguerra, que transitaba con mucho esfuerzo hacia la democracia que queríamos. Esta reflexión partía tanto del ámbito de lo simbólico como del ámbito de lo real.

Siendo que un símbolo siempre representa “algo más”, lo simbólico era su investidura militar. Se habría podido llamar Juan López, que si llegaba con el mismo uniforme lleno de galones la reflexión habría sido igual. Sobre ese “algo más” que estaba siendo representado en aquel momento teníamos ya ideas que asociábamos al símbolo, desde nuestras particulares visiones de mundo. Yo asociaba el uniforme de un general con una guerra de 36 años que había roto el tejido social hasta en sus últimos hilos y en la cual el Ejército había sido responsable del 93% de las 626 masacres cometidas, la guerrilla de un 3% y otros grupos de un 4%. Además, esta elección sucedía solo 15 años después de haberse firmado los acuerdos de paz entre el Ejército y la guerrilla.

Lo real fue que Otto Pérez Molina era un militar de carrera retirado, consentido en su momento por la patronal guatemalteca; un kaibil entrenado que había participado directamente en la guerra y había sido señalado luego como responsable de crímenes de lesa humanidad. Documentos desclasificados del National Security Archive de EE. UU. lo asociaban al Plan de Operaciones Sofía y al Plan de Campaña Victoria 82, aplicados por efectivos militares durante la guerra. Pérez había sido, además, el representante del Ejército en la firma de los acuerdos de paz. Lo real es que hoy Otto Pérez ha sido ligado a varios procesos legales y señalado por distintos hechos de corrupción a partir del caso de defraudación aduanera denominado La Línea.

Por todo ello la elección de Pérez Molina ponía en riesgo la construcción de un Estado democrático y de una República. En la Guatemala que ha abrazado el pretorianismo propio de naciones de orden menor, Pérez representó la posibilidad de mantener la influencia de los grupos de poder en el sistema político, controlando las decisiones que podían afectar sus intereses. Sus patrocinadores vieron en él a un operador político de larga trayectoria afín a sus intereses, hasta que, como sucedió con Pinochet, lo dejaron solo.

Después vino Jimmy Morales. Lo simbólico era su investidura de outsider sin trayectoria política y sin complicaciones con la ley. Eso atrajo a los inclaudicables patrocinadores. (Espero que hayamos entendido que no puede ser astronauta quien se ha entrenado para panadero, y al revés). Su investidura era la de un hombre del espectáculo, que se cambiaba de disfraz cada vez que la situación lo requería. En diversos escenarios representaba a un guatemalteco común, cuyo discurso era simple y jocoso, contrario a la corrupción y a la falta de ética de la clase política. No voté ni siquiera por el outsider, porque estaba (y sigo) esperando a estadistas con conciencia de país.

Lo real es que Jimmy Morales no era un político de carrera, tampoco un estudioso de la cosa pública, ni tenía un plan de gobierno. No tenía ni la mínima idea de lo que significaba gobernar, y me temo que ni siquiera sabía el significado de palabras como democracia o república. Lo real hoy es que Guatemala navega sin capitán, que Morales está asociado a varios hechos que implican procesos legales, y que muchas instituciones del Estado son cascarones vacíos. Le quedó grande el puesto. Quizás ya no sabe dónde termina el Morales simbólico y empieza el real. A lo mejor por eso marcha en actos oficiales, usa el uniforme militar cuando sale a visitar a los afectados del Volcán, contrata a personas incapaces y peligrosas en los ministerios de Estado, autoriza la salida de tanquetas a las calles como si estuviéramos en guerra, e inyecta más dinero a Defensa que al rubro social. Todo es símbolo y conviene verlo también desde esa dimensión. Volver a épocas oscuras no sería difícil en un contexto tan favorable.

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.