SIN FRONTERAS
Mayas al rastro: burlados e invisibilizados
Cuando entró la conciencia sobre los peligros de comer carne roja, allá en los años ochenta, la industria avícola en EE. UU. necesitó buscar manos dispuestas a hacer un trabajo que el gringo promedio no quería hacer —por lo menos no en las pobres condiciones que ofrece esa industria—. Para llenar la demanda recurrieron a migrantes mexicanos. Pero aún ellos tenían ciertas exigencias, como ir a casa para Navidad. ¿Dónde entonces, y en quién encontrar una mano de obra rústica tal, un cuerpo animalizado, aquél dispuesto a trabajar sin reclamar humanidad alguna? Después de un tiempo, la solución encontrada les pareció ideal: Un primer camión lleno de mayas, refugiados de la guerra en Guatemala, entró a un rastro en Ohio, conducido por un reclutador corporativo. Vendidos por Piezas es el nombre del artículo elaborado por la agencia de periodismo investigativo ProPublica, y que The New Yorker publica en su edición impresa mañana. Hoy me propongo persuadirle a que abra su agenda a esa lectura.
El artículo, escrito por Michael Grabell, es producto de más de un año de su investigación a fondo, sobre cómo esa industria utiliza fuerza migrante para reducir costos, evitando el trato digno que ese país exige a los trabajadores. Y cómo luego, se utiliza el sistema migratorio contra quienes finalmente reclaman abusos o compensaciones por las lesiones corporales que sufren, mientras aportan al multimillonario negocio.
La historia se centra en personas como Osiel, un menor de edad que escapó de Tectitán tras la muerte de su mamá, atacada por pandilleros en las montañas de nuestro altiplano. Cuando –sin capacitación- limpiaba la maquinaria del rastro, resbaló y cayó en un enorme aparato que arrancó su pierna izquierda, triturando la rodilla, al punto en que su pie volteado, terminó reposado sobre su pelvis. Este tipo de incidentes ameritan compensaciones monetarias. Pero la empresa, en cambio, de pronto se interesó en la situación migratoria de Osiel, haciéndolo despedir a él y a otro grupo de sus compañeros, por no contar con documentación migratoria.
La historia de Osiel lleva a pensar que el suyo no es un caso aislado. Grabell visitó cada lugar necesario para obtener sus insumos: desde Ohio, hasta Florida, y luego hasta aldeas en Tectitán y Aguacatán, donde tuve la oportunidad de conducirle para adentrarlo a las comunidades y buscar más víctimas de la industria estadounidense. Queda mucho por escribir sobre quienes encontramos lisiados, que vinieron a sus caseríos a vivir, o más bien a morir, desperdiciados en el silencio.
El artículo nuevamente pone en evidencia que el drama de los migrantes se conoce únicamente gracias al esfuerzo del gremio periodístico, ante la ausencia investigativa de nuestro Estado, universidades y centros de pensamiento. Retrata de lleno, pinta y parada, a una población maya guatemalteca que moldeó nuestro mapa migratorio en el Este estadounidense. Deja lecciones en los dos lados de la frontera. En la política del Norte, documenta la perversidad del público consumidor, que toma ventaja del precio disminuido, en base a la deshumanización del foráneo. Y en Guatemala, cuando menos, deja desnudas las deficiencias del Estado que aún se esfuerza por borrar evidencia del fenómeno, y que es incapaz de atender a los paisanos invisibilizados allá y acá, después de que ellos aportaron sus vidas a las sociedades.
El artículo en verdad vale la pena. Con la magnífica fotografía del renombrado Hector Emanuel, aquí les queda el enlace: https://www.propublica.org/article/vendidos-por-piezas
@pepsol