EDITORIAL
Mirada serena a un fenómeno complejo
Las encendidas e irreflexivas declaraciones del presidente Donald Trump y de algunos de sus colaboradores más cercanos han contaminado las relaciones entre Estados Unidos y algunos de sus principales socios estratégicos y comerciales, como es el caso de México y las repúblicas conocidas ahora como el triángulo norte de Centroamérica.
Ayer, en México, el secretario de Seguridad Nacional de Estados Unidos, John Kelly, junto al secretario de Estado, Rex Tillerson, reiteró que su país no hará deportaciones masivas y agregó que tampoco se utilizará a efectivos del Ejército, y se procederá en el marco del respeto a los derechos humanos y con énfasis en quienes tienen un registro criminal.
Estas son palabras más prudentes y dan la posibilidad de que se pueda abrir el espacio a un mayor diálogo, como lo anunció ayer el canciller mexicano, Luis Videgaray, quien dijo que en los próximos meses su país convocará, junto a Estados Unidos, a una reunión con Honduras, El Salvador, Guatemala, Canadá y Colombia, para establecer un diálogo que permita asumir la responsabilidad de buscar soluciones conjuntas a las causas de la migración.
El objetivo esencial sería implementar acciones orientadas a promover el desarrollo y la estabilidad en América Central, cuya falta actual constituye una de las principales razones por las que millones de personas emprenden la peligrosa travesía, ante la imposibilidad de hallar un mejor futuro en sus naciones.
Eso, sin discusión, constituye la mejor respuesta que se le puede dar a un problema tan complejo como es la migración, capaz de provocar pérdida de vidas humanas y de exponer a numerosos riesgos a quienes emprenden esa odisea, pero lo hacen porque es mucho más agobiante la realidad circundante.
Cuando se habla de promover el desarrollo de naciones donde las condiciones de vida son tan precarias, no se puede dejar de mencionar que esto es el producto de años de abandono, no solo de las autoridades locales, sino también de quienes han optado por ver hacia otro lado mientras dichos abusos se generalizaban. Este el caso de la corrupción, cuyo impacto fue creciendo desde hace décadas hasta el punto de convertirse en una carga intolerable.
La falta de oportunidades económicas no es más que la consecuencia de una cadena de desajustes políticos, sociales y económicos que nunca terminarán si Estados Unidos opta por deportar a miles de inmigrantes y no respalda esfuerzos encaminados a buscar una profunda transformación de añejas estructuras. Estas resultan siendo cómplices de un desarraigo que altera vidas y quizá muchos quisieran evitar.
El poder e influencia de la primera potencia del mundo puede ejercer un efecto mucho más positivo en estas naciones si se atienden adecuadamente las causas abiertas u ocultas desencadenantes de la migración, pero también si se abandona lo que, rememorando viejas épocas, podría llamarse con certeza una “neopolítica del garrote”. Con la llegada de Donald Trump, esto solo ha desencadenado mayor confrontación e incertidumbre en el mundo, y eso no es positivo para nadie porque sus efectos son imposibles de prever.