PRESTO NON TROPPO

De músicas que hay que “prohibir”

Paulo Alvaradopresto_non_troppo@yahoo.com

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Entre las múltiples acciones con las que los miembros del Legislativo han demostrado su más absoluta estulticia, pocas los han situado en una posición más ridícula que el punto resolutivo 5-2018 emitido el 26 de septiembre para impedir el ingreso de la banda de rock Marduk a Guatemala y, por consiguiente, malograr el show que dicho grupo tenía programado este jueves. La cuestión ha generado toda suerte de comentarios, a cuales más irrisorios. Desde la patética recolección inicial de firmas para solicitar que no se permitiera su presentación –con la que unos solicitantes le hacían el juego al gobierno, afanado en manipular la opinión pública con distractores, mientras continúan la depredación y los crímenes de Estado– hasta la indignación, plenamente justificada, de sectores inteligentes.

La resolución invoca el artículo 36 de la Constitución Política del país, a fin de aducir que “existe un límite para el ejercicio de aquellas prácticas que se relacionan con la religión”, límite que dicha resolución define como “el orden público y el respeto debido a la dignidad y a los fieles de otros credos”. Ni aun sacada de contexto y manoseada esta última línea –tal como quedó redactada en el punto resolutivo– funciona el argumento, pues la Constitución se refiere al derecho que toda persona tiene “a practicar su religión o creencia, tanto en público como en privado, por medio de la enseñanza, el culto y la observancia”. No se refiere a un supuesto límite que unos diputados, mal formados y mal informados en temas culturales, pretenden aplicar a una actividad con la que ni siquiera están familiarizados.

Todo el asunto sería irrisorio, en efecto, si no tuviera una connotación muy perturbadora y preocupante: la exaltación de la censura. Sucede que, más allá de funcionar como un dictamen en que se reprueba, se corrige o incluso se suprime algo, censurar implica la capacidad de considerar, juzgar, tasar y evaluar un emprendimiento. ¿Están calificados para ello los legisladores guatemaltecos? Tomemos, para poner un ejemplo clásico, a Nicolò Paganini. Genio de su instrumento, contribuyó como pocos a desarrollar la técnica moderna para tocar el violín. La ejecución virtuosa de su música constituye la admiración de todos los auditorios en la actualidad y es un referente ineludible de una composición musical que combina sustancia con despliegue de habilidades. Hasta el más iletrado de los diputados tendría que reconocer la maravilla de aquel artista italiano, si se ve confrontado con una buena interpretación de sus “concerti” o sus “capricci”. Ah, pero en su tiempo se la apodaba “el violinista del diablo”… y eso que falleció ¡hace casi dos siglos!

En última instancia, lo que se le escapa a tantas y a tantos es que el arte no es una cuestión de ética, sino de estética. El arte no es moralizador, pero tiene que sufrir a los moralistas. Ahí es donde empieza el problema para quienes se rasgan las vestiduras y ponen el grito en el cielo. ¿Cómo va a ser eso? ¿Cómo puede ser que el arte no esté sujeto a los prejuicios, a los escrúpulos, a los delirios, a las reglas eternas e infalibles de la religión, de la política y del mercado?

Claro, es una constante histórica que, precisamente en manos de los prejuiciosos, los escrupulosos y los delirantes con cualquier cuota de poder, el arte no sólo se ha visto de menos sino que se ha manipulado para los fines más aviesos y repugnantes de la especie humana. Sin embargo, de ninguna manera es su naturaleza intrínseca. Qué circunstancias más miserables las que hoy se le imponen al arte en Guatemala. Qué censura más infame. Qué estupidez.

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